ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El emperador del glamour

Cuando sus padres, Antonio Sánchez Gómez y Mercedes Junco Calderón, fundaron el «Hola», Eduardo Sánchez Junco tenía sólo un año de vida. Ahora que ha muerto, el "Hola" que engrandeció tras la desaparición de su padre tiene por delante muchos decenios de futuras semanas en los quioscos y muchos países donde llegar como un heraldo de una visión del mundo, como defensor de un bien absolutamente escaso y en trance de extinción: el buen gusto, ejercido a través de la moderación y del respeto a la intimidad.

Leí que muchas veces a Eduardo Sánchez Junco le llamaban «el hijo de Sánchez» con bastante guasa. ¿Qué mayor honor que llevar un apellido ligado a una publicación familiar durante generaciones? Como cuando murió el fundador hubo al frente de ABC un Luca de Tena hijo, y luego un nieto, y ahora una bisnieta, y lo mismo con los Joly en el Diario de Cádiz desde el siglo XIX, en el «Hola» que fundó un Sánchez y engrandeció y extendió por el mundo, como un Imperio del Glamour, otro Sánchez, ahora que ha muerto Eduardo ya hay al frente de la empresa familiar, en los pisos de la calle Miguel Ángel de Madrid, otro Sánchez: Eduardo, con Mamen y Cheleles Sánchez Pérez Villota. En la misma mesa de camilla.

¡Ah, la mítica mesa de camilla! Contaba la hermosa leyenda, que merece ser cierta, que el éxito del «Hola» se debía a que lo hacía Sánchez Junco con su madre Doña Mercedes, en una mesa de camilla. Allí elegían las fotos, decidían la portada, redactaban los títulos y encargaban las exclusivas para que las famosísimas se casaran por el rito del «Hola» y las riquérrimas nos enseñaran sus casoplones. Quizá esa mesa de camilla nunca existió. Pero lo explica todo. Eduardo sabía ponerse a la altura de la mesa de camilla de la salita de la casa de sus lectoras. De ahí el éxito de su Boletín Oficial. Sí, estaba por un lado el BOE, y por el otro el «Hola», el Boletín Oficial del Corazón, que semana a semana, sin darse la menor importancia, sin amenazar a nadie, fabricaba laboriosa, casi artesanalmente, como un producto de familia, el gran Eduardo Sánchez Junco. Que supo, además, como buen antiguo alumno de los jesuitas, servir siempre a la excelencia, otro bien escaso en nuestro tiempo. Cuando en el llamado Corazón todo se envilecía, se compraba y se vendía por obtener unas cuotas de mercado, Eduardo Sánchez Junco nunca perdió el norte de los principios. Sabía lo que querían sus lectoras, lo que rechazaba su público y servía a este código de valores.

Y junto a la mítica mesa de camilla, el famoso cajón. La escoba de barrer inmundicias en el mercado del famoseo. El cajón donde Sánchez Junco guardaba para no publicar nunca las escandalosos fotos exclusivas que le ofrecían y que compraba con dos fines: no ser cadena de transmisión en la basura informativa y, de paso, hurtar a la competencia esa carnaza para las fieras.

Cuando nació el «Hola», el hijo de don Antonio y doña Mercedes apenas tenía un año. Ahora que se nos va este irrepetible, esforzado, triunfador y discreto periodista de raza y de cuna, este gran patrón de periódicos cuya obra reconoció el premio «Luca de Tena», hay quien mata y muere por salir en el «Hola» de su familia, que mantiene el buen gusto frente a los embates de la chabacanería ambiente. Iba a decirle adiós a Sánchez Junco, pero no me sale. El adiós me sale como su obra, hasta en inglés y por medio mundo: «Hello», querido Eduardo.

 

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