ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El mejor badén, un buen bache

Hasta que los descubrieron los alcaldes de pueblo para fastidio de conductores y enriquecimiento de fabricantes de amortiguadores, los badenes eran depresiones o zanjas en la superficie de la carretera, y así lo alertaba la antiquísima y correspondiente señal de circulación, que los satirones tomaban por homenaje a la delantera de Sofía Loren. El badén era descrito como dicho queda por la Academia que acaba de admitir una palabra que más oportunamente no ha podido llegar al DRAE, parece que estaban pensando en los separatistas prohibicionistas antitaurinos catalanes: «antiespañol». Pero desde que los alcaldes de pueblo descubrieron los badenes y se pusieron como los locos a colocarlos en las travesías, tuvieron que meter una nueva definición en el DRAE: «Obstáculo artificial alomado que se pone de través en la calzada para limitar la velocidad de los vehículos».

Los primeros badenes que se recuerdan en Sevilla los pusieron los americanos cuando hicieron el barrio de Santa Clara para los militares de la base. En mala hora pusieron aquellos badenes, luego tan imitados, para que la gente no corriera por la calle Salto de Alvarado, rotulada así por los saltos, de Alvarado y de los otros, que pegaban los coches si entraban más bien ligeritos.

Y como un badén era algo que estaba tirado en la carretera para que la gente no corriera con el coche, el ingenio popular los bautizó. En El Puerto y a Bernardeta Vázquez-Parladé escuché por vez primera esta guasa: llamar a los badenes «guardias acostados». Pero son ya tan gordos, tan peraltados, tan rompedores de amortiguadores, que más que guardias parecen alcaldes acostados. Pero alcaldes con vara de mando, sillón, coche oficial, asesores y Visa Oro, madre mía, qué pedazos de badenes han puesto los catetos en sus travesías.

Subí el otro día hasta Guadalcanal para visitar a mi suegra en su veraneo, y lástima que no contara la cantidad de badenes que hay por el camino. ¡Qué barbaridad! En los pueblos hay ya más badenes que rotondas, que ya es decir. Si no vas con cuidado, el amortiguador que no te rompe un badén de La Algaba te lo escachifolla otro en La Rinconada. Y, si no, en la travesía pastoreña de Cantillana. O caes cuando llegas a Alcalá del Río, tras la rotonda de los pescadores ribereños en su homenaje de bronce: ¡zas!, otro joío badén con las rayas despintadas que no has visto y que te comes. Los badenes son ya alguien de tu familia, conocidísimos, cuando atraviesas El Pedroso, Cazalla o Alanís y les dices: «¡Tus castas todas, badén!». Los alcaldes de pueblo se han hinchado. La Diputación ha contado 391 badenes en las carreteras provinciales. Pocos me parecen. Seguro que hay más. Los tienen ahora que poner conforme a la ley y al dictamen del fiscal de Seguridad Vial. Si no se hubieran hartado de poner alcaldes acostados, los ayuntamientos no tendrían que gastarse 3 millones de euros en quitarlos. ¿Y los amortiguadores rotos, quién nos los paga? Los alcaldes de los pueblos tendrían que aprender de Sevilla, donde el Ayuntamiento sabe que el mejor badén y más barato es un buen bache. Por eso el pavimento de Sevilla está de baches como está. Y, total, rompen los amortiguadores exactamente igual que los joíos badenes a lo bestia de los pueblos.

 

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