ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Me imagino a la Macarena...

Me imagino a la Macarena, tan Reina y Señora, cuando es el día de la Esperanza y huele a alhucema en las badilas de los recuerdos de todos los braseros de cisco picón de San Gil, y se digna descender desde su trono, escaleras de roja alfombra abajo, y se coloca a nuestra humanísima altura, para que le besemos la mano y macareneemos. («¿Qué es macarenear?/ ¡Ver la cara a la Esperanza/y jartarse de llorar!»).

Me imagino a la Macarena vestida de hebrea, o por noviembre, cuando Todos los Santos de Omnium Sanctorum, de negro luto, como en una copla en la que por Gelves viene el río teñío con sangre de los Ortega.

Me imagino a la Macarena cuando la acaban de poner en su paso, y aún no han colocado la candelería, ni fundido la cera, ni dispuesto las flores, y Ella sola, a solas, puede con todo.

Me imagino a la Macarena en las medallas de oro de los escaparates de las platerías, o ceñida con una cadenilla sutilísima al cuello de la niña que acaba de nacer y que cuando le echen las aguas y la saquen de pila llevará el mismísimo nombre de la Madre de Dios, como lo lleva su madre, como su abuela lo llevaba.

Me imagino a la Macarena de los azulejos por toda Sevilla y por medio mundo, cerámicas antiguas de antes de la Exposición, retablillos con tejaroz y faroles de forja, ladrillitos vidriados de las tiendas de recuerdos de Sevilla.

Me imagino a la Macarena de las estampas, de los recordatorios de antiguas funciones principales, de las fotos de Haretón, desafiando las leyes de la luminosidad y la fotogenia, pues si de frente está guapa, de perfil Moza más bella no cabe; estampas de las carteras de los hombres, estampas de los monederos de las mujeres, marroquinería en la que se lleva a la Esperanza como lo que es, como Alguien de nuestra propia familia, como la Madre que perdimos y que en ella hallamos a cada hora de tribulación.

Me imagino a la Macarena, gloriosa, saliendo por el Arco cuando han dado las doce de la noche más noche de todas las noches de Sevilla, de la Madre de todas las noches que creó su Hijo como hizo los cielos donde resuenan los tambores de la Centuria y la tierra a la que baja esa trasera, los dos costeros por igual.

Me imagino a la Macarena por los Altos Colegios cuando la Madrugada acaba de nacer, o por Anchalaferia cuando todos los placeros le dicen adiós camino de la Cruz Verde.

Me imagino a la Macarena entrando triunfal en La Campana.

Me imagino a la Macarena en el silencio de respeto de los palcos, o luego, tras la frialdad del mármol de la Catedral, en la explosión de aplausos, cuando aparece por la Puerta de los Palos y en la noche se hace la misma luz que cuando es 15 de agosto y Ella misma sale entre nardos para que le pidamos las tres gracias.

Me imagino a la Macarena a las claras del día, cuando con la cera ardida dicen que se le pone a esta Divina Mujer carita de cansá, de pasar la noche en vela.

Me imagino a la Macarena por la Encarnación, por Sor Angela, por San Juan de la Palma, por la Plaza de los Carros, por Escoberos, por la calle Parras, por los Callejones, en el sol del Arco.

Ahora, que por muchos esfuerzos que hago, donde no me La imagino de ninguna de las maneras es en el Estadio Olímpico. ¿Se puede saber qué se le habrá perdido a la Macarena en el Estadio Olímpico?

 

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