ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La carta del teniente Guajardo

No son los separatistas catalanes, ni los ecologistas de plastilina, ni los agitadores argentinos con el cuento chino del maltrato animal. Quienes saben de esto aseguran que los mayores enemigos de la Fiesta están dentro del toreo. Comentando el lío de corrales del pasado domingo en El Puerto, así me lo dijo Antonio Galisteo, el gran hombre de plata, que tiene una floristería en Bami, y que cuando lo veo pasar camino de la clínica del Sagrado Corazón yendo a entregar un ramo para una recién parida, me parece que está dando la vuelta al ruedo, y que ha recogido esas flores de las que han tirado desde el tendido, qué andares más toreros.

Decía Pemán que España es el país de los grandes entierros. No me dirán que la muerte del toreo en Cataluña no está teniendo un entierro buenecito. De tres capas, y nunca mejor dicho. Todos los que no movieron un dedo por el prestigio cultural de la Fiesta van ahora de plañideras de la Monumental de Barcelona. Hay reivindicaciones tardías que me recuerdan los vasos lacrimales de la necrópolis de Carmona. ¿Qué se hizo desde dentro del toreo para que no se llegara a esto? ¿Dónde estuvo la voz de los matadores, de los banderilleros, de los picadores, de los ganaderos, de los empresarios o incluso de los abonados? Ya dije que el toreo no tiene su CEOE, ni sus sindicatos, ni su SGAE, y así nos va. Cuando ya han arrastrado el toro de la Fiesta en Cataluña es cuando han sonado voces en su defensa. Bastante tímidas, por cierto. A buenas horas, mangas verdes.

Por eso está muy bien la carta abierta que el teniente de hermano mayor de la Maestranza, don Alfonso Guajardo-Fajardo y Alarcón, ha dirigido a Don Juan Carlos, recordando todo lo que la Real Casa ha hecho por la Fiesta, no ahora, sino desde el fondo de los siglos. Desde La Chata a Doña Elena, pasando por Don Alfonso XIII en las corridas regias, por Don Juan III en la plaza de Ronda, por Doña María llevando una rama de romero para tirársela a Curro, o por Don Juan Carlos en una barrera de la Corrida de la Prensa, en la Real Casa siempre hay un aficionado o aficionada de guardia. Dando la cara en los momentos más difíciles. Cuando se barruntaba lo de Cataluña y nadie abría la boca, Don Juan Carlos defendió valientemente la Fiesta a pie de Real Maestranza, y por dos años que yo recuerde, en la entrega de los premios taurinos y universitarios. Y nada digo de la mentada Doña Elena, heredera directa taurina de Doña María, en una barrera en Mallorca, en el supremo lenguaje de la Casa, que son los gestos.

Lo que más me ha gustado de la carta del teniente Guajardo ha sido la propiedad y exactitud en el uso de las fórmulas ceremoniales. Qué maravilla la forma de dirigirse a Su Majestad, qué virtuosismo con la tercera persona, en esta España donde los ceporretes alcaldes rojetes de los pueblos le hablan al Rey de usted y sin tratamiento, y el Rey encima tiene que tragar por imperativo legal. Quien quiera saber cómo hay que dirigirse al Rey de palabra o por escrito, que tome como modelo y plantilla la carta del teniente. Perfecta.

Ahora, mi querido Alfonso Guajardo, que se te van las mejores. Te ha faltado la media verónica de la escuela sevillana. Haber rematado diciéndole al Rey: «Y si Vuestra Majestad consigue encima que S.M. La Reina vaya aunque sea un solo día a los toros, eso sí que sería todo un golpe de vuestra Real Casa, Señor...»

 

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