ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


No me pises que llevo txanklas

No, no nos hemos vuelto majaras ni hemos roto a escribir el nombre del rock agropecuario de Los Palacios en vascuence, ese idioma al que la gente, hablando en castellano, llama impropiamente euskera, cuando no decimos english o deutsch, sino inglés o alemán. No, no hemos roto a escribir en vascuence, aunque sí hemos de hacerlo sobre Bilbao. Ya saben: desde Santurce a Bilbao vengo por toda la ría, ¿no?, pues la parte de Bilbao, no la de Santurce, que tiene que ser como la calle Betis con PNV, qué fama tienen allí las sardinas frescués, o sea, las sardinas vivas. ¡Viva!

Viajando se aprende. Y un médico sevillano cuyo nombre no hace al caso lo ha comprobado recientemente en Bilbao. Creía que esto de que la gente en verano vaya vestida de teramare, de mamarracho y oro, con pantalón pirata, camiseta sudada y chanclas, era algo sólo de Sevilla, de sus niñatos, sus canis y los turistas que nos invaden. A los que, por cierto, el arzobispo Asenjo ha puesto este verano en su sitio, impidiendo que entren en la Catedral en bañador, como si fueran a un chiringo de Matalascañas y no a la Metropolitana y Patriarcal.

—Oiga usted: ese mote de Metropolitana que le dicen a la Catedral, ¿es porque por poco se la carga el Metro, antes que lo pararan en la Puerta Jerez?

—No, Metropolitana es toda catedral sede de un arzobispo. No tiene nada que ver con el Metro. Ni tampoco con el Metropolitano que evoca Sabina en su himno oficioso del Atlético de Madrid.

Que iba diciendo que como viajando se aprende, un médico sevillano ha comprobado en Bilbao, durante la Semana Grande, que mal gusto lo hay en todas partes. Este sevillano y su mujer iban camino de Toulouse de la Francia para asistir a la boda del hijo de un colega. Pararon en Bilbao para hacer noche en el Hotel Meliá. Era, como digo, la Semana Grande y cuál no sería su sorpresa cuando vio que en aquel gran hotel, que, vamos, no es la Fondalpeine, empezaron a aparecer jóvenes y no tan jóvenes vestidos con pantalón corto con muchos bolsillos tipo Coronel Tapioca, o pantalones piratas, y todos en chanclas. Vamos, en txanklas, que es como les dirán allí a las chanclas, digo yo, con tal de no ponerlas en castellano. Encontraron en Bilbao más mugre de txanklas y kalzonas que en Sevilla de chanclas y pantalones piratas. La globalización de la ordinariez, vamos.

La guinda final fue en el restaurante. Fueron a cenar a la terraza del Palacio Euskalduna, excelente restaurante. Todo de gran calidad: la comida, el servicio, las vista de la ría de Bilbao... Pero dentro de ese lujerío había señores cenando en txanklas y kalzonas. Al salir, cuando el metre les preguntó cómo habían cenado, dijeron que muy bien...a pesar de las kalzonas y las txanklas. El hostelero, crecido en banderillas, les respondió que eso era lo normal allí en las fiestas. Que al igual que todo mundo llevaba un pañuelo azul al cuello como símbolo de la Senagusia o como le llamen ahora a la Semana Grande, otro detalle más de «desenfado» era ir en pantalón corto. Y el médico sevillano, con la gracia de aquí, pero allí, fue y le dijo al morrosco:

—Pues en Sevilla también vamos de corto en la Feria... Pero de traje corto, hijo, no de pantalón corto. Esto de los pantalones cortos se lo dejamos allí a los niñatos, a los puretones con coleta que van de jipis viejorros y a los turistas de la botella de agua mineral y el bocata del «Va por ti Montoya».

 

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