ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Tierra sevillana para Laura Cerna

A usted, como a mí, le sorprendería ver ayer en ABC una esquela con fotografía en color y elogio fúnebre. Una esquela tan de «El Nuevo Herald» o del «Diario de las Américas» de Miami. Tan de «El Nuevo Día» de San Juan de Puerto Rico. En Sevilla la esquela mortuoria es un género literario. A veces, toda una novela. Leemos las esquelas e interpretamos la vida, las costumbres, las grandezas y ruinas. La esquela que a usted, como a mí, le sorprendería por su novedad hispánica era la de Laura Cerna Baird. Al mismo tiempo, un poema de despedida y una novela. Novela de terror. Porque como lees el periódico por un lado y las esquelas por otro, y a veces con distinto orden, pues hay quien comienza a verlo directamente por las papeletas de defunción para poder llegar a tiempo a quedar bien con los amigos en los entierros, te sorprendía la foto de muchacha rubia en la esquela, pero no la relacionabas con la novela de terror que llevaba dentro.

La esquela era de la profesora norteamericana de inglés que un bestiajo asesinó, descuartizó y tiró al río. Terrible historia. Pero junto a la desgracia, cuánta ternura en el texto de la esquela, que despide a Laura Cerna como «adorada madre de Michael; hija de Thomas y Sandra Cerna; hermana única de Thomas y John». Y el recuerdo, ay, el recuerdo de cuanto un monstruo asesinó: «Por su belleza, su radiante sonrisa y su sencillez, será siempre recordada en su ciudad natal de Nueva York. Como también por todos los que la conocieron aquí, en su querida Sevilla, donde ejerció como profesora de inglés».

Y cuando lees este elogio fúnebre es cuando vuelves a las páginas ya leídas del ABC, a la impresionante foto de los padres de Laura con su retrato: una rubia sonrisa de felicidad en un patio sevillano de rejas y pilistras. El padre de Laura, Thomas, nació en Nicaragua. La madre, Sandra, en Cuba. Viven en Miami tras haber residido en Nueva York. En la foto que su madre enseña se demuestra que Laura, pudiendo haber elegido Nueva York o Miami, o el mundo, prefirió Sevilla. Su madre lo sabe. Laura tuvo que contarle muchas veces cómo era esta ciudad, cuando decidió ponerle el nombre de Sevilla a todo lo dichoso, a la vida que aquí le truncaron. Por eso la madre de Laura, desde el dolor, hace un impagable elogio de esta ciudad como ensueño, como utopía, como deseo: «El que mató a mi hija no es un joven sevillano, es un monstruo sevillano».

Sevilla como deseo. Sevilla como tierra prometida. Para muchos extranjeros que la adoptan como propia, tal es nuestra ciudad, la que los sevillanos llegamos a odiar, esta Sevilla que engendra monstruos como de sueño goyesco. Acaban de llegar los chavales del programa Erasmus. Les han dado un paseo por Sevilla en los autobuses turísticos de dos pisos, como presentándoles la ciudad. ¿Cuántos de ellos, a través del amor quizá, la terminarán adoptando como propia? ¿Cuántos extranjeros que vinieron en el 92 para trabajar en la Expo son ya sevillanos, porque decidieron quedarse? Laura Cerna se quedó y en la ciudad que para ella era la vida encontró la muerte. En esa Sevilla donde muchos Erasmus se echan una novia, ponen un candado en el puente de Triana y tiran la llave al río, a Laura Cerna la mataron y lo que tiraron al Guadalquivir fue su cuerpo descuartizado, no la llave del amor. Que la tierra sevillana que su familia ha querido darle sea leve a su belleza, a su radiante sonrisa, a su amor a la vida. Laura Cerna le había puesto el nombre de Sevilla a todo lo dichoso.

 

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