ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


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Calesita de la Plaza de España, foto cortesía de Julio Dominguez Arjona, "La Sevilla Que No Vemos"

La Calesita vuelve a la Plazaspaña

Por decirlo en palabras de Jorge Luis Borges en la terraza del Hotel Doña María, estaba luminosa y cóncava la mañana del domingo, mientras el profesor Rafael Valencia, en su discurso de ingreso en la Real Academia de Buenas Letras, nos llevaba a los invariantes castizos de la forma de ser del sevillano, que cuanto citaba el arabista sobre la Sevilla moráncana de la Edad Media me parecía que lo acababa de leer en el muy riguroso estudio «La psicología del sevillano», recién publicado por otro catedrático y académico, Jaime Rodríguez Sacristán. (Padre de ese presidente del Betis tan sevillanamente efímero como una caseta de Feria o la gloriosa entrada de un palio en La Campana.)
El profesor Valencia hablaba del aire de Sevilla a la luz de los refranes de la Sevilla árabe y yo me acordaba de un poema de Joaquín Romero Murube, académico electo que nunca leyó su discurso de ingreso en Buenas Letras: «Señores, tengo una novia/en el aire de Sevilla». El aire que enamora a los poetas. Fuera, en el mínimo y dulce claustro civil de la Casa de los Pinelo que es como cien gramos de Patio de los Naranjos, ese aire estallaba con la «luz de domingo» de Ramón Pérez de Ayala.
Ahora sé por qué Sevilla estallaba en esa luz, en la mañana cóncava, como antigua quizá, como de estreno a lo mejor, tan de Domingo de Ramos del otoño que, como venga bueno y soleado, al cambio es Miami o es Punta Cana, algo de tropical se nos pegaría con los barcos que venían desde La Habana. Sevilla se puso con galas de mañana grande para recibir con luz antigua a la Calesita de la Plazaspaña, devuelta a la vida desde los hondones de la nostalgia, desde nuestros recuerdos de niños. Lo acabo de saber por el teletipo de las amapolas de «La Sevilla Que No Vemos», el sitio sevillanísimo de Internet donde, gratis et amore, don Julio Domínguez Arjona se harta de dar pisotones a las hispalenses gacetas, con las noticias sentimentales que no traen los periódicos. El domingo, señores, la Plazaspaña nos devolvió la infancia perdida a miles de sevillanos: allá que estaba otra vez, como siempre, como una cansina noria, la roja Calesita, con el mismo burrito moruno que nos llevó a nosotros, con su tordo pelo color losa de Tarifa de las Gradas de la Catedral el día de la Procesión de la Espada.
Menos mal que esa Calesita donde a todos nos montó una madre, un abuelo, una tía soltera, no es una página del montesinesco libro de las cosas perdidas. Los sevillanitos podrán ya contar a sus nietos los mismos recuerdos que a ellos les hicieron vivir sus abuelos. El domingo dejó de ser nostalgia el hermoso poema que leímos a Enrique Barrero Rodríguez: «Quién no habitó esta plaza, quién no tuvo/su espacio en la inocencia de la infancia/y se asomó a los puentes del estanque/y observó allí el revuelo de las barcas,/o en el humilde carro del burrillo/trazó circunferencias de esperanza/con los ojos inquietos y asombrados/por el verde trenzado de las ramas...»
La Calesita vuelve a su exacta geometría de circunferencias de esperanza. Tira de ella un burrito que es tan sevillano que yo creo que cuando llega el Domingo de Ramos se viste de nazareno. A su manera. Se viste de Borriquita, para que Dios entre triunfalmente en la Jerusalén de Sevilla. Al fin y al cabo, cuando nuestra madre nos subió por vez primera en la Calesita, nos enseñó la entrada triunfal en la luz de Sevilla, en el aire de Sevilla que siempre enamoró a sus poetas.

SOBRE LA RESTAURACION DE LA PLAZA DE ESPAÑA, EN EL RECUADRO:

El éxito de la Plazaspaña [19/10/10]   Memoria de la Plaza de España [16/10/10] 

 

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