ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El duelo recibe y despide

Como estamos en el mes de los difuntos, vamos con el género literario preferido de los sevillanos, el que les hace abrir el ABC por las paginas de las orlas de luto: las esquelas. Quizá por los formularios de las agencias funerarias que las gestionan, ha vuelto a aparecer en ellas una vieja fórmula del ceremonial: «El duelo recibe y despide en...». Suele ser en el tanatorio, y me recuerda papeletas de mi niñez: «El duelo recibe en la casa mortuoria y despide en el límite parroquial». Los entierros medio buenecitos salían de la casa precedidos por el cura de la parroquia, revestido de capa pluvial y bonete, al que acompañaban dos monagos con roja sotana y sobrepelliz. El sacerdote, durante el recorrido, entonaba en latín el verdadero gorigori del difunto. No había costumbre de ir al cementerio. Sólo acudían los más íntimos, en los taxis incluidos en los servicios de la póliza de defunción de El Ocaso. Ah, y al cementerio iban exclusivamente los hombres. Las mujeres se quedaban en la casa mortuoria, acompañando a la viuda o a las hijas del finado en su dolor de luto de velo negro hasta los pies.
El sevillano es muy cumplido para los lutos. ¡Lo que le gusta dar un pésame! Observo que se está perdiendo la frase castiza: «dar la cabezada». Era lo que se hacía: inclinar la cabeza ante los dolientes. Se colocaban en el mentado límite de la parroquia y los amigos iban pasando en fila ante ellos, pero sin abrazos, besos ni toqueteos, simplemente inclinando la cabeza desde lejos. Ahora el duelo despide al rebujón y al tocamiento. Cuantos más achuchones se le peguen al doliente, más sentido es el pésame. En la bulla de una iglesia. Si el sevillano es más cumplido que un luto en Guareña, los pésames en los entierros y funerales son más de rebujón, de rebujina y de empujones que una bulla delante de un palio. En los arrempujones de muchos pésames sólo falta que esté Carlos Herrera y salte su guasona voz de fiscal de paso entre los cangrejeros, como el otro día cuando la bulla en el libro de Zoido:
— ¡Señores, vamos a colaborar con la hermandad!
En los pésames se manosea, se abraza, se toquetea, se soba a los dolientes sin orden ni concierto. Un lío. Nada de la ceremonial distancia de la familia en el presbiterio y los amigos pasando en fila para dar de lejos la cabezada, como he visto hacer de libro a Luis León, el que mejor da los pésames en Sevilla: cuando todos se acercan a toquetear a los de negro, viene Luis, y con el mismo respeto con que cogía el dragón macareno, se cuadra y, paf, pega su cabezada casi con taconazo. Mientras, unos entran desde el lado de la Epístola, otros desde el Evangelio, los que vienen de dar el pésame no dejan llegar a los que van a darlo, y venga toqueteos. Un desastre.
Por eso me maravillé la otra noche, en la iglesia del Patrocinio, del respetuoso orden del pésame que los amigos daban a la familia Tello, tras el impresionante funeral por el alma del muy humanitario ginecólogo don Enrique Tello Barbadillo, devoto hermano del Cachorro. Acabó la misa plena de recogimiento a los pies del Cristo y el oficiante anunció lo debido: que la familia se colocaría en el presbiterio y que por el pasillo central pasaran en fila a dar el pésame. Así se hizo. No hubo ni encontronazos de contramano ni rebujina de abrazadores. Así tenía que ser siempre. Porque en Sevilla suele ocurrir lo contrario. Tanto, que en las esquelas debería poner: «El duelo recibe en el tanatorio y despide en una bulla de arrempujones tal, que veremos a ver si es usted capaz de dar el pésame.»
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