ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Todo ya es Patrimonio de la Humanidad

El dueño de un bar de Pamplona, harto de ver cómo en tantísimos establecimientos de la competencia había una foto de Hemingway retratado con el dueño o placas conmemorativas en la mesa y la silla donde Hemingway cogió una tajá como un piano, decidió poner un cartel que decía: «Hemingway nunca estuvo aquí». Más o menos como los cofrades que quieren reformar el título de su hermandad para que la Virgen figure como «Nuestra Señora No Coronada de...» Cuando todo el mundo las tiene, las distinciones dejan de serlo. Y eso es lo que le ha pasado a esta paparrucha del Flamenco como patrimonio de la Humanidad. ¿Y Velázquez no es patrimonio de la Humanidad, hijos míos? Y Falla, ¿no es patrimonio de la Humanidad? Y Lorca, ¿no es patrimonio de la Humanidad? ¿Por qué empeñarnos en la soleá como seña de identidad andaluza? ¿Por qué el flamenco y no el toreo, o el copeo, o el tapeo, o el capilliteo?
Distinción devaluada, además. Quizá la Unesco, cruelmente, ha puesto al flamenco en su sitio: a la altura de la cetrería. ¡Menudos pájaros hay en la Agencia de Desarrollo del Flamenco de la Junta, de donde Bibiana remontó el vuelo para el Ministerio de Igual Da! Aunque dicen que la Unesco lo ha glorificado, para mí es una villanía que pongan al flamenco a la altura de los catalanes que hacen torres humanas sin pegarse el pellejazo, que ni tienen compás ni ná de ná.
Al paso que vamos, toda la Humanidad será patrimonio de la Humanidad. Pero me inquieta algo: ¿por qué ese interés de la Junta y de todos sus aparatos de propaganda y de su intelectualidad apesebrada para conseguir la distinción de la Unesco? ¿Cuánto nos ha costado la afición por el flamenco de los nuevos señoritos andaluces, que son los barandas de la Junta? Como si el flamenco no fuera siete mil millones de veces más importante, más creativo, más popular que la Unesco. El flamenco ya era patrimonio de Caracol, del Niño Ricardo, del Niño Marchena, de Vallejo, de Valderrama, de mi Rocío Jurado cantando por alegrías: «Que yo soy gaditana/de pura cepa,/como las mojarritas/de la Caleta». Han presentado lo de la Unesco como si el flamenco lo hubieran inventado ellos y Griñán fuera el guitarrista de don Antonio Chacón.
Es lamentable que hagan patrimonio de la Humanidad al Carnaval de Aalst (Bélgica) y no a ese Cádiz, joé. Y que al flamenco lo hayan metido en esa ridícula rebujina de la danza chau de la India, las alfombras de Irán, el teatro ritual de Kerala, la acupuntura china, el sistema normativo de los wa-yuus aplicado por el pütchipüí (¡toma ya!), el pan de especias de Croacia o la dieta mediterránea. No sé a qué viene tanta alegría. Puestos así, tendrían que haber declarado patrimonio de la Humanidad los molletes de Antequera, las teleras de Alcalá, el lomo en manteca de Trifón, los calentitos del Postigo, las yemas de San Leandro, las bizcotelas de Alcalá, el pescao frito de la Puerta Larená, los pavías de la calle San Jacinto, las espinacas del Rinconcillo... ¿Y la Cruzcampo en tanque de salmuera, no es patrimonio de la Humanidad acaso la Cruzcampo en tanque de salmuera? ¿Y el gazpacho fresquito con su pepino bien picado y su sopeado de pan asentado, dónde me lo dejan? ¿Y la siesta, no es la siesta patrimonio de la Humanidad?
Ya sé por qué todo este revuelo de peina y volantes de la Junta. Haciendo al flamenco patrimonio de la Humanidad se olvida el personal de que aquí lo verdaderamente patrimonio de la Humanidad es el paro que hay por culpa de estos flamenquísimos señores que en las escuelas quieren quitar los crucifijos y poner la seguiriya.
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