ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Taxis con muro de Berlín

Es un sevillano que hace tiempo vive fuera de la ciudad de sus recuerdos de muchacho. Hace ya más de treinta años, se trasladó su familia a vivir a Madrid. Aprovecha cualquier excusa de trabajo para volver, gustoso. Para pasearse por las calles de su infancia, para encontrarse quizá con compañeros del colegio. Ahora ha venido a un congreso de su especialidad. Lo han alojado en el Hotel Ciudad de Sevilla, el de la avenida Manuel Siurot. Ha asistido en una Facultad a las jornadas técnicas de su pretexto para volver a Sevilla, y hoy es la cena de clausura, en la casa de los Salinas de la calle Mateos Gago, frente a la iglesia de Santa Cruz. En la conserjería del hotel le piden un taxi. Llega el teletaxi de la verde pegatina con el 954 622222. Le dice al taxista que lo lleve a la parte alta de la calle Mateos Gago, esquina a Guzmán el Bueno.
El taxi enfila por Manuel Siurot hacia Capitanía. Llega a la altura de la Sevillana y tuerce a la izquierda, hacia la Avenida de Portugal. Y cuando creía que iban a seguir hacia El Caballo para coger por La Pasarela la calle San Fernando y la Puerta de Jerez hacia San Gregorio, el Triunfo, Virgen de los Reyes y Mateos Gago, el sevillano tanto tiempo ausente ve con sorpresa cómo el taxi gira a la derecha, entre alambradas de obras, y luego a la izquierda, hacia La Enramadilla, y que dando muchos rodeos llegan a la Pasarela. No lo duda. Piensa que le ha tocado un taxista sinvergonzón, de los que les dan rodeos a los forasteros para cobrarles más. Le dice:
—¿Por qué no ha tirado usted mejor por la calle San Fernando y la Puerta Jerez para entrar por San Gregorio, que yo soy de aquí de Sevilla, aunque viva fuera?
—¿Y no sabe usted que por la calle San Fernando ya no pasan los coches?
Se acuerda del Pali: «Ya no pasan cigarreras...» No, los que ya no pasan por la calle San Fernando son los coches. El taxi lo lleva ahora por Menéndez Pelayo, hacia La Florida. Giran donde los Caños, entran por la Puerta Carmona hacia San Esteban. «Nada —piensa— este taxista se cree que soy un guiri, qué rodeazo me está pegando». Pasan ante la Casa de Pilatos, y entran por Águilas, donde su madre iba a rezarle a San Pancracio, y salen a la Alfalfa, y giran a la izquierda, y se meten por San Isidoro a la Cuesta del Rosario, por la que bajan al Salvador. Y por Entrecárceles llegan a la plaza de San Francisco, y toman por Hernando Colón a Alemanes, y ante la Puerta del Perdón giran a la izquierda hacia Matacanónigos, y salen....¡por fin! a la plaza de la Virgen de los Reyes, y ya suben por Mateos Gago, llena de peatones que no pueden pasar por las aceras repletas de veladores y han de caminar por la calzada.
El sevillano ausente no ha abierto la boca en todo el camino, convencido del timazo que le estaba pegando el taxista, qué rodeo, Dios mío. El taxímetro marca más de 12 euros. Dos mil pesetas por venir de Tabladilla a Mateos Gago. Le pregunta al taxista por qué ese rodeo. Le dice que de rodeo, nada: que es el único camino que han dejado para poder entrar a Mateos Gago en coche. Y le dice luego el taxista, mientras le da la vuelta de los 20 euros:
—Usted no lo sabe, porque vive fuera, pero es como si dentro de Sevilla hubieran puesto un muro de Berlín para la circulación. En coche no se puede pasar de una parte a otra de Sevilla sin salir a la Ronda y sin dar estos rodeos. Usted porque es de aquí, pero cualquiera convence a los guiris de que los taxistas no los estamos engañando con tanto rodeo...
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