ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Abacerías

Sostengo qel comercio sevillano tiene modas. Más que emprendedores, suele haber imitadores. Cuando alguien va a montar un negocio, no echa a volar su imaginación y su I+D+i, sino que mira qué tiene éxito y lo copia. Así ocurrió con los restaurantes de pescado frito cuando Félix Cabeza desembarcó con La Dorada en Nervión. Tuvo que venir un malagueño a enseñarnos a freír pescado a los sevillanos. En la tierra de las freidurías, a nadie se le ocurrió poner un restaurante de pescado hasta que llegó Cabeza con su imperio, que se hundió como los de Napoleón y Hitler: por querer abarcar demasiado. Hasta que llegó La Dorada, nadie puso un restaurante a base de puntillitas. Fritas, además, a la malagueña, no a la sevillana. Tras lo cual, Sevilla se llenó de restaurantes de pescado, todos con nombres marinerísimos: Palo Mayor, Sotavento, La Quilla, El Falucho, Por Popa. Y con su obligada decoración de remos, redes, luces de estribor y un cuadrito con toda clase de nudos marineros en miniatura, que nunca falta, parece que los regalan.
Luego vino la moda de los muebles de cocina. Todo el mundo ponía una tienda de muebles de cocina, a ser posible alemanes o italianos. Como antes, en la generación de los padres de estos copiones emprendedores, había existido la moda de poner una butic o una tienda de electrodomésticos. ¿Y qué ocurre con este copieteo? Pues que lo que es negocio para el primero que tuvo la idea, no puede serlo para los catorce mil que lo imitan. Barquinazos a la vista. Sevilla no da para tanto.
Ahora están de moda las abacerías. Todo el mundo ha puesto una abacería con el nombre del barrio: La Abacería del Tardón, La Abacería de Las Tres Mil, La Abacería del Polígono Norte, la Abacería de la Corza. Unas abacerías la mar de raras. Yo me acuerdo de chico de la auténtica Abacería El Faro, en el puente de Triana, frente a la Capillita del Carmen. Aquello era entre modesta tienda de comestibles y bazar. Vendían aceite a granel, legumbres, bacalao, loza barata, estropajo, jabón verde y pare usted de contar. Y por supuesto, nada de copear y tapear en el mostrador. Eso era en los comestibles y ultramarinos con parte del mostrador dedicada a taberna para consumo de los productos propios, como La Flor de Toranzo de Trifón, Las Teresas de Plácido o Casa Palacios en El Porvenir. En Sevilla nunca se copeó ni se tapeó de latas de conservas y papel de estraza en las abacerías.
Así que no sé de dónde han salido tantas abacerías... que no son tales, sino bares disfrazados. Me lo dice gente del honrado gremio de la Tabernería Andante que sabe y entiende. Como el Ayuntamiento no da licencia en determinados sitios declarados como saturados de bares, el ardid para abrirlos es presentarlos como abacerías. Más falsas que los zarcillos de La Contenta, que decía Rocío Jurado que eran dos serpentinas. Todas tienen una decoración como antigua. Pero no es decoración: es decorado y atrezzo, como el escenario de «La Boheme» en el Maestranza. Y algunas tienen hasta máquina de café. ¡Ahí te pillé! Nunca hubo en las abacerías máquina de café. La máquina de café delata qué es en realidad la falsa abacería: un bar encubierto. Por mí como si ponen siete mil abacerías, pero a mí no me engañan. Tanto, que voy a celebrar la existencia en Sevilla de esas siete mil abacerías tomándome una copita a su salud... en la barra de Trifón, en el mostrador de Las Teresas o en Casa Palacios, que no son un decorado falso para poder obtener licencia de bar.
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