ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los Reyes de la decadencia

Continuando con la sevillanísima negación de la lógica con la que arrancábamos ayer, comenzamos hoy por el mismo palo. En todo el orbe católico los Reyes Magos son tres. En Sevilla, este año, son tres... depende cómo se cuenten. Pues Melchor, a su vez, son también tres. Los Reyes Magos son Melchor, Gaspar y Baltasar. Pero Melchor han sido Marchena, Fabiani y Santiago.
En el Ateneo siempre ha habido ilustres juristas, pero la actual junta ha llegado a más: hasta ha inventado penas. En el ordenamiento jurídico español había penas de privación de libertad, de multa, penas accesorias, pena de destierro, a las que se añadieron las no incluidas en el Código Penal y más terribles: la pena de banquillo y la pena de telediario. El Ateneo se ha inventado una nueva pena, que aplica con crueldad de verdugo medieval: la pena de destronamiento de Rey Mago. El Ateneo se ha convertido en un tribunal popular como los que los milicianos montaban en sus checas cuando la guerra. Condena a la gente sin juicio ni sentencia firme y al principio constitucional de presunción de inocencia que le vayan dando. En la Facultad de Derecho, en el futuro, estudiarán que en Sevilla hay juzgados de Primera Instancia e Instrucción, juzgados de Familia, juzgados de lo Social y Juzgado del Ateneo. A pique de un repique ha estado que saquen a los ex Reyes Melchores esposados por la calle Orfila, como los asesinos de Marta del Castillo por el túnel del Juzgado de Guardia.
Espero que Melchor III haya sido precavido, y haya presentado ante el Juzgado del Ateneo, a saber: certificado negativo de antecedentes penales; las tres últimas declaraciones de la renta; papel de la Seguridad Social asegurando que está al corriente de pagos; certificado médico de no padecer enfermedad infecto-contagiosa; documento acreditativo de haber superado el examen psicotécnico; carné de conducir con saldo positivo de puntos y última cuota pagada en Los Panaderos. Porque puede pasar de todo. ¿Se imaginan que don Emilio Santiago deba cuatro recibos a su comunidad de propietarios, cinco meses de luz a Sevillana en el bar y dos plazos de la hipoteca del otro local al Santander? ¿Cómo va a salir de Rey Mago un moroso, si en la carroza no hay sitio para el Cobrador del Frac? ¡A destronar a ese tío!
Lo más triste es que los pobres niños, que tantos mediocres pintamonas aprovechan como trampolín social, no tienen la culpa de nada. Y que la Cabalgata, como espejo de la ciudad, nos devuelve la imagen de una Sevilla que cada vez va a menos, degradada, envilecida, descabezada, sin pulso, sin líderes, sin sociedad civil. Como García de Vinuesa en la Piedra Llorosa, yo me siento ahora en el balcón de la zapatería de mi madre donde de niño veía pasar una Cabalgata de borriquitos y chirimías de Regulares, y repito: «¡Pobre ciudad, pobre ciudad!». Lo digo tres repasar la lista que los que salieron de Rey Mago en aquella Sevilla que aún no se habían cargado cuatro granujas. De toreros, salieron Belmonte, Pepe Luis, Ordóñez, Curro, Diego Puerta. De escritores, Benavente, Marquina, Pemán, Juan Ignacio Luca de Tena, Halcón, Romero Murube, Rodríguez Buzón. De pintores y artistas, Grosso, Santiago Martínez, Enrique Segura, Vasallo... ¡Igualito que ahora! A la Cabalgata le ha pasado como a su homónimo Bar Los Tres Reyes. Donde estaban Los Tres Reyes en Reyes Católicos está ahora Kentucky, el Rey del Pollo Frito. Mejor metáfora de la decadencia de Sevilla no cabe.
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