A los índices del otro día, al I.A.P. (Índice de Arrimados al Perol) y al I.D.P. (Índice de Dependientes en la Puerta Sin Vender una Escoba) habría que añadir el I.H.C.: el Índice de Hartos de Coles. Que da cifras terroríficas. Y muchos sevillanos hartos de coles lo andan mayormente por la Toma del Centro (que se han cargado), de la que hablaba aquí el otro día. En la Avenida, en la esquina de la Ex Ibense (ahora transformada en un horror minimalista donde sólo falta que llegue El Bulli y te tome el pelo haciéndote un helado de hidrógeno), me encuentro con uno de esos sevillanos del I.H.C. y echamos la clásica paraíta para comentar y pegar la hebra. Y mientras miramos a nuestro alrededor para que no nos pille el trenecito ni nos coja una bicicleta, me dice:

«Hablaba usted el otro día de la Toma del Centro los fines de semana y la comparaba con la toma del Palacio de Invierno y es verdad. Parece que les han dicho: "¡Parias de la tierra, uníos, famélica legión, vengan todos a la Avenida el domingo, abandonen las ventas de carretera o el parque del Alamillo y paseen como posesos desde la Puerta Jerez a la Plaza Nueva! ¡El centro es vuestro!". Es que es así. Han cambiado la idiosincrasia del centro, de la Avenida. Antes el centro estaba lleno los días entre semana, que es cuando tiene que estar. Las tiendas llenas, los bancos, las oficinas... y el todo el mundo contento. Los fines de semana, esto era un paraíso. Sus calles tranquilas, la gente que iba a sus misas, su tapita. Eran los vecinos o la gente a la que le gustaba de verdad una Sevilla que era como siempre, ¡ahí es nada, como siempre!, dando su paseo matinal con el ABC debajo el brazo.

»¿Y esta Avenida? La Avenida daba gusto. Pasaba un autobús que otro, que acercaba a unos señores de Los Remedios o de Nervión a la Plaza Nueva. Se bajaban allí, iban a la Capillita, compraban unas mediasnoches en Ochoa o tomaban café en La Campana y otra vez a su casa. Una Avenida que entre unas cosas y otras habían conseguido que fuera sin coches, sin bulla. Por no hablar del recuerdo de nuestros padres, cuando de novios, después del cine, paseaban por la Avenida y la calle Tetuán, desde Casa Guardiola a La Campana.

»¿¿Pero ahora la Avenida? Diga usted a sus lectores que vengan un domingo por la Avenida: ¡han llegado las hordas! ¡Las hordas y las gordas! ¡Y los gordos, y los canis con sudadera de capucha, y las niñatas del ombligo fuera y los pírcines, y los jipis con perro, y los chándales, y las bicis, y el tranvía, y el hombre maceta, y el que baila con dos muñecos a la espalda delante de Filella, y el de los ceniceros con latas de cocacola, y el de los bolsos, y la charanga del Arquillo, y el de los cinturones, y los patinadores y... ¡la madre que los trajo a tós y a muchos desde Hispanoamérica! La gente en masa dando barzones para arriba y para abajo, sin gastar un duro, porque las tiendas de verdad están cerradas. Habrá quien le diga: "Pero ahora se ha ganado el centro para la ciudadanía y el ciudadanío, es que usted es muy elitista". A lo que le voy a responder yo: si elitista es una Avenida tranquila, distinguida, elegante, donde poder pasear morosamente deleitándose al solito un domingo por la mañana, o sentarse en la terraza de la Punta del Diamante, como antes, y a la que todo el mundo por cierto podía venir, ¡ojo!, que no había que ser socio ni que sacar entrada, ¡claro que soy elitista! Si quiero una Avenida modernita, con bulla de Semana Santa pero sin cofradías, degradada, que parece una feria barata de tenderetes y monstruos de barraca, ¡para eso me voy a las Ramblas de Barcelona, joé! ¿Pero Sevilla? ¿El centro? Lo que usted dice: las hordas canis han tomado el centro como si fuera el Palacio de Invierno.»