ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Giralda democrática

Hay sevillanos que se han prometido a sí mismos no volver a pasar más por La Encarnación, para evitarse el sofocón de tener que ver la barbaridad que han hecho allí con el despilfarro absurdo de las setas. Incluso sé que hay cardiólogos que a quienes andan maluscones les recomiendan:

—Y sobre todo, lleve usted una vida tranquila, sin disgustos ni preocupaciones. Ah, y no pase por La Encarnación, porque como vea usted las setas, con lo sevillano que es, la tensión se le va a disparar más que el precio del gasoil.

Estos sevillanos recitan sobre las setas como un popurrí de la lorquiana sangre de Sánchez Mejías:

Que no quiero verlas:

no voy a La Encarnación,

que no quiero ver las setas

Dicen, con razón, que a las personas queridas no hay que verlas muertas en su caja, al otro lado del cristal del tanatorio, sino que recordarlas vivas, en su plenitud. Y La Encarnación, igual: recordarla sin setas ni mamarrachadas. Bueno, pues una amiga que tal piensa, haciendo de tripas corazón, le ha echado valor y no sólo ha ido, sino que ha entrado en la carpa propagandística que han puesto allí para vender modernidad a los catetos del extrarradio y a las hordas canis, con vistas a las elecciones. Y me ha mandado escaneada una hoja del folleto propagandístico que reparten. Dice así:

«Nivel 4. Balcón panorámico. Democratización de las vistas de la Giralda, reservadas sólo a los pocos privilegiados con azotea en el centro. Los sevillanos no van a pagar por subir a lo alto de este balcón».

¡De lo que se entera uno gracias a los modernitos! Por lo visto hay una Giralda facha y una Giralda progre. Yo, la verdad, desconocía absolutamente que la contemplación de la Giralda fuera dictatorial y que hubiera que democratizarla. Estaba más despistado que un objetor de mujeres nazarenas en el Palacio Arzobispal. En la Gran Plaza debe de haber un tío que te cobra por contemplar a la Giralda como un encaje de cielo y ladrillería en la línea de horizonte de Eduardo Dato. En el Puente de Triana, igual: te cobran por echarle una miraíta a la Giralda y un guarda te pregunta si te paras: «¿Ha sacado usted entrada para mirar la Giralda?» Y cuando bajas por la Cuesta de Castilleja, hay al final un peaje donde te cobran por haber mirado a la Giralda juanramoniana, «toda de carne rosa».

Cuánta gilipollez, Dios mío de mi alma, para justificar lo injustificable. No conformes con la demagogia de la Toma del Palacio de Invierno del Centro y la satanización de sus vecinos, sus comerciantes y de los que quieren entrar con su coche (que son todos unos fachas), estos progres Visa Oro de viajazo y mariscada resucitan la lucha de clases con la visión de la Giralda, el odio guerracivilista entre las dos Sevillas: la que ve la Giralda desde la azotea y la que no la ve. Todo mentira cochina. Porque desde las azoteas de los bloques del Polígono, de Los Pajaritos, de Pino Montano, del Polígono Norte o de La Oliva se ve la Giralda divinamente. Desde la Borceguinería, los turistas se hartan de echarle fotos a la Giralda. La Giralda está democratizada desde que la levantaron los moros, tequiyá. Las setas de La Encarnación sí que son una visión dictatorial de quienes han hecho con Sevilla todas las perrerías que han querido (y nosotros los hemos dejado; eso sí, muy democráticamente).

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