ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Nucleares fachas

Dije cuando la Guerra del Golfo que lo peor de los conflictos armados no eran sus horrores, sino que encima ponías la tele y te salía Felipe Sahagún explicándolos, qué coñazo. Con el Apocalipsis Japonés está ocurriendo algo así. No basta con el horror de pensar que, tras el terremoto, la mar se tragó hasta trenes-bala enteros: encima vienen expertos de los veinte duros y te lo explican. No basta con el horror del pánico nuclear: encima tienes que aguantar a los ecologistas. No basta con que pongas la televisión y todo parezca una videoconsola de destrucción y muerte, como las fotos por satélite de cómo era la ciudad hermana de Coria del Río y cómo ha quedado tras el seísmo y el maremoto.

Eso, eso, maremoto. Del tsunami no me gusta ni la palabra. Que por cierto ha admitido ya la Real Academia, escrita así, que parece vasca más que japonesa, y la incluirá en la XXIII edición del Diccionario: «Ola gigantesca producida por un seísmo o una erupción volcánica en el fondo del mar». Me quedo con el maremoto de toda la vida: «Agitación violenta de las aguas del mar a consecuencia de una sacudida del fondo, que a veces se propaga hasta las costas dando lugar a inundaciones». El maremoto, además, es más nuestro. Lo que en el día de Todos los Santos de 1755 fue para Sevilla el Terremoto de Lisboa fue para Cádiz el Maremoto por antonomasia, cuando el mar de La Caleta invadió la Tacita y sacaron el estandarte milagroso de la Virgen de la Palma que paró la horrible riada, según recuerda la frase popular: «Hasta aquí llegó el agua, dijo el cura de La Palma».

No basta, venía diciendo, con todo el espanto del terremoto del Japón, del maremoto y de la catástrofe de la central de Fukushima: es que, encima, tenemos que padecer a los ecologistas con su monserga antinuclear y a los supuestos expertos, que no hay radio ni tele donde no salgan explicándolo. Los expertos plastas dan unos peñazos impresionantes y proclaman solemnemente una obviedad. Todos nos tranquilizan diciendo: «Es que España no es Japón». Toma, y como dijo el otro, si mi abuela tuviera dos ruedas y un manillar no sería mi abuela, sino una bicicleta. Pero lo peor son los ecologistas antinucleares, muy progres todos ellos, muy opuestos a la energía atómica aunque no tengan ni idea, muy de la energía eólica que estropea los paisajes y del carril-bici que se carga Sevilla, que se ponen a largar de la vasija de los reactores de Fukushima con una familiaridad y un conocimiento que, vamos, parece que están hablando de los búcaros de Lebrija. De los que tampoco saben nada. Pero es lo progresista, lo moderno, en la dictadura de lo políticamente correcto: despotricar contra la energía nuclear, decir que hay que cerrar inmediatamente todas las centrales. Ni la ETA, cuando asesinaba ingenieros para impedir que se abriera la central de Lemóniz, usaba tanto ardor como esta furia antinuclear que ha entrado en Europa, con la Merkel a la cabeza. Nada, nada, la energía nuclear es facha, y hay que acabar con ella. El Apocalipsis Japonés les ha venido divinamente para esa demagogia que vemos por las carreteras, en los pueblos a cuya entrada pusieron aquel cartel, «Municipio no nuclear», como si fuera el de «Prohibida la venta ambulante». Más que la energía nuclear yo prohibiría este tsunami de los progres ecologistas que no tienen zorra idea y a los que les ponen el paño del púlpito de expertos, y a la factura de la luz que le vayan dando.

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