ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Brico-Garmendia

Francisco Correal lo vio escrito con unas letras así de grandes, aunque esté feo el señalar, en los dos costeros por igual de los tranvías, y contó que el genial José Antonio Garmendia se paseaba de la Pasarela a la Plaza Nueva como nombre de calle en el anuncio del nuevo Cortinglés de los Manitas, el Bricor, que acaba de abrir en Sevilla Este. Me imagino que lo de Bricor es como Leroy Merlín, donde todo váter tiene su asiento y todo grifo de cuarto de baño su zapatilla, pero en estilo Cortinglés (de nada, don Ángel Aguado y don Fernando Murube).

Pero hay algo del Bricor que no me explico: qué tienen que ver las habilidades de los manitas con el humorista Garmendia, como para que, una de dos: o a Garmendia le hayan puesto esa calle porque sabían que allí iba el bricolaje del Cortinglés, o dicho bricolaje lo han puesto allí porque sabían que el Ayuntamiento le iba a dedicar esa calle a Garmendia, gracia pura fina y guasona de Sevilla en el verso y en la versación, y quisieron hacer un chiste con el nomenclator.

Garmendia se merecía una calle, pero no en Sevilla Este. En la parte de Sevilla Este, además, donde Colón perdió el gorro un día que iba camino del Salón del Navegante en Fibes. Hombre, a Garmendia le pegaba una calle por La Alfalfa, o junto a la Cuesta del Bacalao, o entre Casa Morales y el Horno de San Buenaventura. ¿Pero en Sevilla Este? Me huelo que Garmendia no sólo en su vida puso un pie en Sevilla Este, sino que ni siquiera sabía que eso existiera. Menos mal que todo lo compensa Bricor con su publicidad. Si Correal vio el nombre de Garmendia dando vueltas en los tranvías, como los moros de Queipo, yo lo endiquelé en ese cartel de la parada del autobús que te tragas enterito mientras esperas el semáforo en verde. Gracias a Bricor, Garmendia tendrá doble honor de callejero. Lo de Garmendia con el bricolaje del Cortinglés es mayor homenaje aún que el del aparcamiento del Nervión Plaza con la salida dedicada al fotógrafo Luis Arenas con su calle, o el de José Laguillo, el gran director de «El Liberal», con la salida de la estación de Santa Justa. Son cominitos al honor que supone una calle bien despachada.

El dónde de la calle de Garmendia, pues, pase, por obra de los anuncios del Bricor. Lo que no tiene un pase es el cómo se la han puesto: «Periodista José Antonio Garmendia». ¿Era periodista Garmendia, tenía carné, fue a la antigua Escuela o a la Facultad? Ni lo sé ni me importa. Garmendia era bastante más que un periodista. Era un humanista tardío del Renacimiento, hasta con sus cadenas italianizantes al cuello. Un escritor de humor, un grandísimo dibujante, un orador de tirarse, un poeta satírico de primera, y me remito a sus intervenciones en verso con Carlos Herrera, a su obra en «La Codorniz» o a sus libros «Diccionario de Cipriano Telera», «La fauna ibera», «El locamerón» o la muy sevillana historia de la Taberna del Traga, que tuve el honor de prologarle. Igual que «Periodista Garmendia» podían haberle puesto a la calle «Químico Garmendia», que lo era por la Universidad de Sevilla; o «Panelista Garmendia», pues vendió paneles y maderas prensadas en Okume, el negocio familiar detrás de Correos; o «Publicitario Garmendia», que lo fue en la agencia Greko; o «Gastrónomo Garmendia», que le sobraba arte hasta en la cocina. Garmendia era mil cosas, y llamarlo periodista es hacerle una caricatura. Mala, además. Por eso lo más apropiado hubiera sido llamar «Calle del Genial Garmendia» a la del Cortinglés de los Manitas.

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