ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Espadas sube a la noria

Tras escribir en el título que «Espadas sube a la noria» advierto que es completamente equívoco. Muchos creerán que esta semana el candidato socialista va a la sabatina de Tele 5 donde ya aparecieron algunos de sus colegas de partido para que les dieran botafumeiro, pues el manipulador presentador picadito de viruelas es más del PSOE que Mienmano. Y Juan Espadas no va a La Noria, sino que esto es un artículo sobre la noria de la Callelinfierno, que la ves bajando desde la altura teleférica de Tomares y Sevilla te parece Londres, con la inmensa rueda que tiene plantada los ingleses junto al Támesis. Como la Feria no tiene apenas literatura, nadie le ha escrito un piropo lírico a la noria, que se lo merece. La noria es a la Feria como la pancarta de los capirotes de la Puerta Carmona a la Semana Santa. Cuando aún faltan muchos días para la Feria ya está alzada la noria, como un pregón del riapitá y del rebujito, en los terrenos aledaños a la avenida que Sevilla dedicó al Papa, y que ahora deberá ser llamada del Beato Juan Pablo II.

Ante la noria, los sevillanos nos dividimos en dos grandes grupos: los que les da miedo y los que nos da pánico. Juan Espadas, el candidato socialista a la alcaldía, pertenece, como servidor y quizá como usted, al segundo grupo. Hasta sin padecer vértigo, subirse a la noria, como El Piyayo, causa un respeto imponente. En una entrevista donde le preguntaban por asuntos personales y biográficos, el bastante desconocido señor Espadas contaba una historia de su juventud que me identificó completamente con él. Contaba Espadas que una vez, en una lejana Feria, a pesar del vértigo, por culpa de una niña que le gustaba tela se tuvo que subir a la noria, con el miedo que le daba. La niña se empeñó en subir, y Espadas no tuvo más remedio que hocicar. ¡Lo que hacemos los hombres por una mujer! Digo que me siento completamente identificado con Espadas porque a mí me pasó también de muchacho como a él. A mí los cacharritos me dan absoluta jindama. No así a Isabel, mi mujer. Y cuando yo la pretendía, en la Feria de Guadalcanal me tuve que subir un día con ella a las carmelas, que eran una versión rural de la noria, con dos únicas barquillas, que iba por las ferias de los pueblos. Mi tía María Belinchón me vio de pronto subido con Isabel en lo más alto de las carmelas, y al bajar me dijo:

—¡Mucho te tiene que gustar a ti esa niña como para que te haga subirte en las carmelas, con el miedo que te da!

Tanto me gustaba, que no sólo me subí en las carmelas, sino que me casé con ella. Pero con el alto vértigo de las carmelas, yo no me atreví a lo que Juan Espadas hizo en la noria: declararse allí arriba a la niña que le gustaba tela. Espadas ha contado que se le declaró a la niña en lo más alto de la noria, y que ella le dijo que sí, quizá para que se le quitara el miedo que le vería en la cara desencajadita del pobrecito mío. Envidio a Espadas cómo bajó de la noria cogido de la mano de la niña, cosa que yo no pude hacer con Isabel. Es que Espadas le echa mucho valor a todo. Ya hay que echarle valor a subirse a la noria para declararse a una niña, y lo digo por experiencia. Y no por experiencia, sino por observación de la realidad, digo que ya hay que echarle valor a presentarse a alcalde por Sevilla, vamos, a subirse al vértigo de la noria del 22 de mayo, sin que te conozca nadie y encima bajo las siglas del partido de los EREs, de las facturas falsas, del padre de Iván y de los 5 millones de parados. La noria electoral en que se ha subido sí que tiene darle vértigo a Espadas, y no aquella de su novieta cuando muchacho.

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