ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El protocolo

Como tantas cosas, como la credibilidad de ZP o como las pretensiones presidenciales de Carmen Chacón, el protocolo ya no es lo que era. El protocolo era aquello por lo que se peleaban las autoridades locales, a ver a quién sentaban mejor en un acto. No era más que la aplicación del sentido común a un ceremonial que había ido creando las reglas, escritas o no, de prelaciones y honores. En la Transición, los socialistas descubrieron el gustirrinín del protocolo. Les encantó que la vez primera que entraron en los ayuntamientos democráticos se les cuadraran los municipales. El ejemplo puede ser el alcalde Tierno Galván. Aquel rojo de toda la vida le cogió tal afición al protocolo que cuando se murió le hicieron un entierro que más que el de un socialista parecía el de María de las Mercedes. Si no «cuatro duques lo llevaban por las calles de Madrid», sí cuatro caballos negros con negras gualdrapas y negros penachos. El protocolo hizo que Tierno fuera enterrado por el rito del Espartero o de Joselito el Gallo.

Y se nombraron cientos de jefes de protocolo en todas las autonomías, diputaciones, ayuntamientos, ministerios. Había que vestir el cargo y que darse a valer. Los jefes de protocolo de las diputaciones se peleaban con los jefes de protocolo de los ayuntamientos, a ver quién sentaba en mejor sitio a sus señoritos.

Ahora el protocolo por antonomasia es el protocolo médico. Cómo será la cosa, que el jefe de protocolo de la Casa de Su Majestad el Rey es ahora un traumatólogo: el doctor Ángel Villamor, el que ha operado al motorista Julián Simón, el que le arregló la mano al torero José María Manzanares y le ha puesto a Don Juan Carlos su prótesis de rodilla. Sí, el Rey ha pasado de los dictados del protocolo del ceremonial a la dictadura del protocolo médico. Lo dice el parte (médico) de Radio Nacional: el Rey «ha continuado con las sesiones de fisioterapia contempladas en el protocolo de recuperación intensiva» y en las próximas semanas debe seguir «con el protocolo de tratamiento de fisioterapia». ¿Será por protocolo, Señor?

Me aterran los protocolos médicos, cuya dictadura, del Rey abajo, nos sojuzga a todos. Cuando vas a un hospital no lo sabes, pero, como el Rey, te conviertes en un esclavo del protocolo, sin derecho a rechistar. Más que a ti, los médicos mirarán tus análisis, tus radiografías, tus resonancias magnéticas, tus tomografías. Y te aplicarán la férrea dictadura del protocolo. Lo que diga el protocolo, a rajatabla. Aunque la palmes. De aquello del ojo clínico; de que cada paciente es un mundo distinto al de la cama contigua con la misma enfermedad; de la creencia de que no hay enfermedades, sino enfermos, nada de nada. Marañón y Jiménez Díaz, a tomar por saco. Lo que manda es el protocolo. Aquí, que lo elegimos todo por votación, de jefe del Gobierno a presidente de la comunidad de vecinos, estamos sin embargo sometidos a la dictadura de un protocolo médico que nadie sabe quién ha promulgado, ni con qué autoridad, pero que en un momento dado te puede mandar al patio de las malvas. Directamente.

Consuela bastante saber que el Rey tampoco se ha podido escapar de la dictadura del protocolo, lo que lo humaniza más todavía. Hasta el Rey es súbdito del protocolo médico. Ahora el jefe de protocolo de la Casa de Su Majestad no viste uniforme de diplomático: va de bata blanca, ¡y le pega unas broncas como no cumpla el protocolo!

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