ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Orgullo Pérez

NO es por cosa de «los de los apellidos largos», como llamaba Alfonso Guerra a hidalgos, maestrantes y títulos del Reino. Tiene que ser por razones que no acierto a comprender, por más que las considero, por supuesto que detenidamente, que es como hay que ponerse a considerar, muy poquito a poco, menos paso quiero. La cuestión es que estos señores que (dicen ellos) son tan de izquierdas y tan igualitarios, aborrecen de sus apellidos cuando se trata de Rodríguez o de Pérez. El malvado Zapatero (que parece el título de una novela de Fernández Flórez, sólo que no tiene ninguna gracia) ha conseguido que nos olvidemos que es un Rodríguez cualquiera. Aunque yo conozco a un Rodríguez, zapatero, que tiene a orgullo ser ambas cosas: Rodríguez y zapatero. Trátase de mi cuñado don Enrique Rodríguez Luque, que tras su matrimonio con mi hermana Fina dedícase al nobilísimo oficio de la venta al por menor de chicarros, por lo que cuando el malvado presidente quitose el primer apellido con lo de ZP, le dije, muy orgulloso de cuñado:

—Enrique, tú eres el único zapatero de toda España que tiene a honra ser Rodríguez. Si este gachó no quiere ser Rodríguez Zapatero, tú en cambio estás encantado con ser el zapatero Rodríguez.

Y ahora, para remate de los tomates (y de los sálvames), Pérez Rubalcaba se borra el dignísimo Pérez y se pone P y punto. Como dice Belén Esteban: «P y punto, ¿vale?». Pues no vale, porque yo ahora levanto mi voz para defender la dignidad del apellido de todos los Pérez que han sido reducidos por Rubalcaba a un Pe Punto. Repaso la ilustre nómina de los Pérez y me resisto a creer que los «Episodios Nacionales» los ideara Benito P. Galdós; que uno de los padres de la Constitución fuera Pedro P. Llorca; que aquella delicia de «Luz de Domingo» que Garci llevó al cine fuese escrita por Ramón P. de Ayala; que el libretista de «La Gran Vía» fuese Felipe P. González; que el gran colaborador de Muñoz Seca fuera Pedro P. Fernández; que Alejandro P. Lugín creara «La Casa de la Troya»; que mi admirado Arturo P. Reverte esté harto de vender millones de libros; o que el amiguito de etarras y gunilo de los derechos humanos, un chufla con las Naciones Unidas al fondo, sea Alfredo P. Esquivel.

¿Es que Pérez Rubalcaba se avergüenza acaso de la ilustre nómina de los Pérez, como el otro nunca quiso ser Rodríguez, y se mosquea bastante cuando Carlos Herrera lo mienta por su apellido? ¿Es que los Pérez admiten este agravio? ¿Por qué los Pérez no se indignan y montan un campamento de protesta ante la sede de cualquiera de los siete mil cargos que tiene este Pérez que no quiere serlo? Yo que Pérez, convocaba el Día del Orgullo Pérez, que se iban a enterar de nuestra estirpe, nuestra prosapia y nuestra alcurnia. Y en esa cabalgata del Orgullo Pérez, las carrozas atronarían las calles con nuestro himno, el de Los Tres Sudamericanos: «Me lo dijo Pérez, que estuvo en Mallorca». Letra que la gracia de Enrique Villegas cambió en el popurrí de «Los Beatles de Cádiz» con aquella cuarteta que más apropiada para este julio sanferminero no puede ser: «Me lo dijo Pérez, que estuvo en Pamplona, y vino corriendo delante de un toro hasta Setenil».

Loor y gloria, pues, a los Pérez. Aunque Rubalcaba está que echa las muelas por ser Pérez, el Ratoncito Pérez no le va a traer nada. El Ratoncito P. ni es ratón ni es nada, joé.

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