ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Atraco con foto

PIENSEN en una tarde de corrida de Feria interesante de verdad, con cartel de «no hay billetes», los alrededores de la plaza animadísimos, hasta la corcha el Bar Taquilla y overbúquin de gente de Madrid delante de Puerta Grande en la calle Antonia Díaz. Piensen que en ese cartel están tres grandes figuras del escalafón. El más famoso de la terna llega en el cochecuadrilla a la calle Iris y, capote de paseo al brazo, echa pie a tierra y se dispone a recorrerla, camino de la puerta de la Contaduría. Ya le digo, la calle Iris, de bote en bote para ver entrar a los toreros. Y la pregunta que les hago es la siguiente:
¿Cuánto tarda un torero en tarde de máxima expectación en recorrer la calle Iris, desde el coche de cuadrillas a la puerta de la Contaduría?
Pues depende. Depende de la cantidad de tíos de la cámara, de la dichosa cámara, de la puñetera cámara, que haya en la calle Iris. El tío de la cámara se va a las 5 de la tarde y no sale de allí como no sea llevándose la foto de su Vane o su Yeni con el torero de fama. Y el caso es que en la calle Iris hay siete mil tíos de la cámara, dispuestos a retratar a su parienta o a su niña con el torero que llega, y que tiene que hacer más paradas que el autobús de la línea 6 para dejarse retratar por los atracadores de foto.
España, Sevilla y la Humanidad están llenas de peligrosísimos tíos de la cámara. ¿Cuántos atracos con foto le han dado a Zoido desde el comienzo de la campaña electoral a la fecha?
—Juan Ignacio, ¿te importa hacerte una foto con nosotros?
¿Cuántas fotos tiene que hacerse la Duquesa de Alba con la afición en cuanto sale de su Casa de las Dueñas? Y además el tío de la cámara, siempre, con el tú por delante, no conoce el usted:
—Cayetana, ¿te importa que nos hagamos una foto contigo?
A los políticos, que antes se dedicaban a besuquear niños para hacerse simpáticos, les basta ahora con dejarse retratar por el pesado del tío de la camarita dichosa. Ya la gente no pide autógrafos: el tío de la camarita dichosa quiere a toda costa hacerse una foto con el famoso. Que no puede salir a la calle. Soy testigo del calvario que le hacen pasar a Curro Romero por Sevilla, todos queriendo hacerse una foto con él, y siempre la gente de fuera, el turismo interior y las excursiones del Inserso, que los de aquí le guardan el faraónico respeto de la distancia:
—Curro, ¿te importa hacerte una foto con nosotros?
Y allá que va el pobre Curro, con cara de resignación y con el pasito lento con el que hacía majestuosamente el paseíllo, a ponerse para la foto con los de Segovia o los de Palencia, como si fuera el caballito de la Feria. Y cuando se la ha tenido que hacer, encima, la inconveniencia:
—Yo no soy aficionado a los toros, Curro, pero verás cuando a mi abuelo, que iba siempre a verte, le enseñe que me he hecho una foto contigo.
Y mucho peor que el tío de la cámara, los que hacen la foto con el teléfono móvil. Las fotos de los móviles las sufrimos hasta los que no somos famosos. Estás tan tranquilo tomando café en un sitio bonito de Sevilla y llegan los turistas. Se agrupan, ponen cara de posteridad, cara de salir en la foto, y te dicen, entregándote el teléfono móvil:
—¿Le importaría hacernos una foto? No tiene más que apretar aquí en este botón...
Y somos tan imbéciles que se la hacemos y encima les decimos:
—Esperen, que voy a hacer otra por si no ha salido bien.

 

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