ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Soledad

A Soledad Becerril le pasa como a la Soledad de San Lorenzo. Si en Sevilla dices «Soledad» o «La Soledad», no hay que aclarar que no te refieres a la lorquiana Soledad Montoya o a la Virgen sola (tan sola, que los frailes no dejan sacar al Cristo), del convento de San Buenaventura, ese cenobio al que se le ha quedado nombre de horno. La Soledad del título, pues, no puede ser otra que Becerril. Y justifico mi tardanza en dedicarle un artículo tras el anuncio de su retirada de la política, aunque otras viejas glorias de la Transición sigan. Algún lector me ha preguntado:

—¿No le va a dedicar usted ningún artículo a Soledad?

La verdad es que aunque dicen que a mí no se me dan malamente los gorigoris, dedicar un artículo a Soledad porque no repita en las listas me parece cruel como una necrológica en vida. En estos días, Soledad habrá podido sentirse como Miguel Mañara. Dicen que a Mañara, una noche de farra, le dieron un porrazo que lo dejaron más muerto que vivo, y que entonces Dios castigó sus sinvergonzonerías haciéndolo contemplar su propio entierro. Soledad, a lo Mañara, ha podido contemplar, si no su entierro, sí al menos un surtido bien despachadito de obituarios en vida. Sahumerio agradable, la verdad, pero un poco de tocar madera. Por eso mismo, por lo del gorigori en vida y por el mal bajío, yo había obsequiado a Soledad con lo que suelo regalar a mis amigos en determinadas circunstancias: el silencio. Ahora, que sí hay que escribir de Soledad se escribe, ¿eh?, todo menos defraudar a la parroquia.

He dicho arriba lo de la Transición y he dicho mal. Soledad se inició en la política mucho antes, durante la Dictadura, que es cuando tenía mérito. Y no en el Partido Comunista de España o en el Partido Comunista Chino, como tantos universitarios hijos de papá y revolucionarios del 68 de porro, pana, trenka y pantalón de campana. Soledad empezó en la entonces llamada clandestinidad, pero en un partido democrático y de derechas, frente a los estalinismos disfrazados de eurocomunismo que se estilaban. Soledad trajo al Patio de Banderas las gallinas de una derecha democrática y antifranquista que en Sevilla no existía, importada de Madrid, obviamente, de la mano de Joaquín Garrigues, ¿verdad, Asunción Milá de Salinas? En forma del Grupo Libra, primero, y después de Partido Demócrata Liberal. En nombre de ese partido, cuando la derecha sevillana estaba encantada de haberse conocido poderosa con el franquismo, Soledad se puso junto a la partida de rojos que luchaban por las libertades. Con todo valor. Con su tenacidad de siempre. Sacó aquella bandera de libertad andaluza que fue «La Ilustración Regional». Soledad, por el Partido Demócrata Liberal, corrió de verdad delante de los grises. Me acuerdo que Manuel Benítez Rufo, el jerarca de los comunistas sevillanos, estaba encantado con ella. En aquella Sevilla de seudónimos de la clandestinidad le decía La Marquesita. Y se maravillaba Benítez Rufo desde su rojerío:

—¡Si vieras a La Marquesita corriendo delante de los grises junto a los camaradas, con sus pantalones vaqueros!

De haber habido más Soledades Becerriles en aquella derecha sevillana, nadie podría ahora decir que el PPes facha y franquista. Pero Soledad estaba entonces como su propio nombre indica: sola frente a la clase que pertenece. De lo que hizo luego y tan brillantemente en la UCD, en el Ministerio de Cultura, en el PP, en el Parlamento, en la Alcaldía, ya han escrito otros, en esos gorigoris en vida. Añado que la única alcaldesa que ha tenido Sevilla en toda su Historia bien se merece por lo menos una avenida tan larga como la de Manuel del Valle.

 

 

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