ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


11/ 11/ 11

ES más fácil creer en el misterio de la Santísima Trinidad que en la existencia del otoño en Sevilla. ¿Existe el otoño en Sevilla? Digan lo que digan no los demás, porque eso es de Raphael, sino el Almanaque Zaragozano y la silueta de cartón del fraile con el puntero, ¿hay otoño en Sevilla? Muy poco. Sólo algunos días, tan señaladitos como los de Santiago y Santa Ana, como pueden ser los de San Andrés, cuando el mosto vino es, o de San Clemente, cuando la fernandina y secreta procesión del pendón y la espada. El otoño en Sevilla existe en una luz privilegiada, no cegadora, que tamiza los contornos de las espadañas, que resalta el blanco de los mármoles taraceados en los balcones de la Giralda, que le da un azul distinto al cielo. Esa luz de otoño es tan rara, que es como una lotería. Pocas veces le toca a esta ciudad que pasa directamente de las calores del verano a los birujis del invierno más riguroso. Frío, frío, lo que se dice frío, donde se pasa es en Sevilla, no en Castilla, porque las casas allí están acondicionadas para estos rigores invernales y no como aquí, que como es general creencia que en Sevilla sólo hace mucha calor, ni los pisos de lujo más caros tienen una calefacción en condiciones, como el ritual encendido de radiadores en las casas buenas de Madrid el 1 de noviembre.
Hoy es el cabalístico 11 del 11 del 11, un número como con el terror de las profecías que Nostradamus hacía con mala leche. Ayer era dificilísimo encontrar un cupón del sorteo extraordinario de la Once para el Once del Once del Once, ¿será por Once? El Once y la Once. Igualdad de género. El Once y la Once como la tontería de ciudadanos y ciudadanas, de sevillanos y sevillanas, o lo que pone en los sobres de votación del 20-N que mandan los partidos con las papeletas dentro, que es ya la máxima chorrada: «Diputados/as» y «Senadores/as», qué tontería más grande. Y aunque ayer no había quien encontrara un cupón para hoy, todo el papel vendido...
—Lo que hace la crisis, usted. Las ganas de salir de pobres que tenemos todos, que no hemos dejado un cupón del 11 del 11 vivo...
Aunque ayer no había quien encontrara un cupón, a Sevilla le cayó la lotería de poder disfrutar de un insólito y espléndido día de otoño. Fresquito, pero de otoño, en esta Sevilla que pasa del verano al invierno sin trajes de entretiempo. Vamos directamente de las mangas de camisa al chaquetón que llaman como los cursis a la muerte: la parca, ojú. Y es una pena que este tiempo de otoño no tenga apenas más pregón que el de los puestos de castañas, como locomotoras estáticas con su fumata blanca de los fríos. El invierno no tiene su correspondiente pancarta de los capirotes de la Puerta Carmona, heraldo de la primavera. Bueno, sí, los puestos de castañas, que no he visto más puestos de castañas que este año, ¿será que los cinco millones de parados han puesto cada uno un puesto de castañas para buscarse la vida?
Ah, y un anuncio novísimo y fundamental del invierno: las estufas de butano en las terrazas de veladores. La Ley Antitabaco ha hecho rico al tío de las estufas-sombrillas. Vemos en una terraza la primera estufa de butano y es como la primera cigüeña que llega al abandonado Cuartel de Caballería de Pineda. Como se ve al primer nazareno, yo he visto la primera estufa de butano con forma de sombrilla en una terraza. Estaba en la esquina de la calle San Eloy con El Silencio, en la tarde anochecida ya tan pronto. Sevilla había cambiado las sombrillas de los veladores por las estufas de las terrazas. El otoño, ojú, qué frío, como decía Pepe Hierro.

 

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