NI se llama Marifé ni es de Triana. Pero da lo mismo. Se llama María Felisa Martínez López, pero usted comprenderá que María Felisa Martínez López no puede ir por el mundo metiendo la vida en una copla. Y no es de Triana, sino de Burguillos, en la vega sevillana del Guadalquivir. No es que yo, que encima me llamo Burgos, tenga nada contra Burguillos, pero usted comprenderá que entre Burguillos y Triana es que no hay color. Por eso David Cubedo, aquel imperial locutor de TVE, la sacó de pila muy bien bautizada, cuando, vecina, señora vecina, a María Felisa Martínez López, su niño de usted la tiene que llamar Marifé de Triana para la historia del arte de la canción que llega al alma y marca nuestra memoria.
Dicen que a Marifé de Triana el Gobierno socialista antes de irse de Juan Naja de Levante le ha dado una condecoración. Quizá sea una de las últimas mentiras de un gobierno falaz al que hay que cantarle «La Niña de la Estación»: «Adiós, adiós, buen viaje, adiós, que lo pases bien...» A Marifé no le han dado una condecoración: le han dado un agravio comparativo en forma de Medalla del Trabajo. ¡Qué mezquindad, negarle la de Bellas Artes, que han repartido a peluz, como en una tómbola, entre todos los autotitulados artistas del sindicato de la ceja e islas adyacentes de los bailadores progres del agua del poder! Cuando la Medalla de las Bellas Artes se la han dado ya hasta a los acomodadores de los teatros, a los que ponen los atriles en la Sinfónica y a las taquilleras de los cines, es una injusticia no reconocer en Marifé de Triana más que el trabajo. ¿Es que Marifé de Triana se ha pasado la vida recogiendo algodón o de cajera en Carrefour, joé? La Medalla del Trabajo se ha convertido en una Segunda División, en una Liga Adelante de las Bellas Artes.
Pero da igual. Hay paniaguados del poder que tienen la Medalla de Bellas Artes y no han emocionado en su vida a nadie. Y Marifé tiene, desde que la parió su madre, el arte dentro de las venas. Trabajar, claro que ha trabajado: 700 coplas... Como que empezó en el Circo Price y en el Teatro Chino de Manolita Chen, ¿habrá pasado fatiguitas negras por esos pueblos, por esos trenes, por esas fondas? Pero sus coplas han quedado no en el trabajo del yunque de los ganapanes artesanales, sino escritas con letras de oro, firmísima torre de piedra, no de arena, en las Bellas Artes de la canción. Que interpretaba como nadie. Marifé desgarrándose y echando el alma y el corazón por la boca al cantar «La Loba» o «Tengo miedo» no es sólo de Bellas Artes: es de Oscar a la mejor interpretación de una canción.
Triunfó cuando más difícil era, cuando en los escenarios estaban Juana y Concha. Ha estado cantando hasta tiempos de Rocío. Y aun sabiéndose la mejor actriz de la canción que hubo nunca, a la hora de recibir el agravio comparativo, digo, la Medalla del Trabajo, ha dicho con toda humildad que el mérito no era sólo suyo, sino de los maestros y letristas que le escribieron «coplas inconmensurables». Y tan inconmensurables. Marifé, aunque cantó clásicos de Quintero, León y Quiroga y le dio nueva vida a «María de la O», prestó brillo y esplendor a la ahora olvidada pléyade de músicos y letristas de la Serie B de la copla, como Lladrés, Gordillo y Sarmiento, que le escribieron «Torre de Arena», como Murillo y Segovia, que le hicieron «Señora vecina», o como Rafael Rabay, con «Encrucijada». Su capacidad de interpretación sí que es inconmensurable, Arte Bellísima y no Trabajo de escardillo. En esta España donde si no eres un progre trincón del pesebre cultural ni mereces medalla ni nada, «noche sin luna, río sin agua, flor sin olor, todo es mentira, todo es quimera, todo es delirio de mi dolor», Marifé, hija.