Ha tenido cierto eco lo que dije antier sobre los oficios de butuneros y maleteros, tenidos como infamantes frente a los dignísimos y reverendísimos vendedores de pañuelitos en el semáforo. Don Alberto Gayo Rubio me escribe: "Hace poco he estado de viaje por Chile, país en envidiable situación de prosperidad, y me ha llamado la atención ver cómo en cada caja de supermercado hay un estudiante que se gana unas perras embolsando las compras. Además a estos muchachos les paga el establecimiento. Y como eso, aparcacoches con gorra (que no gorrillas pendencieros), porteros veinticuatro horas en todas las casas que dan seguridad a los vecinos, y dignas nanis con uniforme que cuidan de los niños y son internas. Y no sólo en casas ricas, también en la clase media. Mi suegro, que es italiano, coincide conmigo en que en la vieja Europa estas cosas están fatalmente vistas, porque aquí son algo "indigno para el ser humano". Así nos luce el pelo, muy dignos, pero cada vez más gente ociosa y más tiesa". Y el doctor don Víctor López García-Aranda nos relata su experiencia en México: "Al leer tu recuadro sobre betuneros recordaba una anécdota que me ocurrió tiempo atrás cuando fui a dar una conferencia a México. Paseaba por el Zócalo y fui a limpiarme lo zapatos en una especie de trono elevadísimo que usan los betuneros mexicanos. Por hablar de algo le pregunté al que me iba a limpiar: "Señor Betunero, ¿que tal se gana la vida con su profesión?" A lo que me contestó: "Bien, señor, pero disculpe, yo no soy betunero, soy Técnico Superior en Mantenimiento de Calzados". Con lo que quedé alucinando por lo ingenioso de la respuesta. Esta anécdota puede ayudar a la promoción de los empleos sobre los que escribías. Los betuneros ya sabemos cómo subirlos de rango social, llamándoles como en México, y a los maleteros los podríamos bautizar como Técnicos de Sostenibilidad y Movilidad de Pertenencias en Áreas Ferroviarias y Aeroportuarias."
Pero se me fue la mejor. La Jefa de mi Casa Civil, que esta vez no me escribiò el artículo, y por eso pasan estas cosas, me dijo:-
-- He leído tu artículo, y conforme lo iba leyendo, me iba diciendo: "Verás, verás tú cómo no lo dice." Y no lo dijiste: ¡los gorrillas, hijo! Mucho hablar de los negros de los clínes pero se te fue lo mejor. Lo que yo esperaba que dijeras. La suprema contradicción de Sevilla sobre los empleos dignos y los indignos. ¿Por qué es indigno llevar maletas o limpiar zapatos y no lo es aparcar coches? Se te han ido los gorrillas, hijo.
Pues aquí están los ilustres gorrillas. Que hasta fueron institucionalizados por el Ayuntamiento en forma de Vovis, que suenan a nombre de óptica, a policías de Londres o a Dominus Vobiscum. Los vovis son algo tan insólito como gorrillas legalizados. En Sevilla hay dos clases de gorrillas: los legales y los ilegales. Cuando se quiso buscar trabajo para los parados mayores de 40 años, no se pensó en darles una caja de betunero a cada uno, o una carretilla de maletero, no. Se pensó en la perpetuación, mediante su legalización, del absurdo de los gorrillas asilvestrados y agresivos y su impuesto revolucionario. Gorrillas ilegales que ni te buscan aparcamiento, ni te vigilan el coche ni nada, sólo te cobran y se piran a comprarse un jicarazo de droga, si han juntado ya el dinero.
Esos problemas de las señoras mayores (o no tan mayores) solas con su maleta en Santa Justa, que me comentaba como triste experiencia propia la viuda de Sainz de la Maza, se hubieran solucionado con los Vovis. Aún estamos a tiempo de convertir a los Vovis en maleteros. Total, tienen hasta uniforme. Es sólo cosa de darles una carretilla a cada uno, y, ¡hala!, a evitar lumbagos y luxaciones en Santa Justa.