ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Albóndigas de Ikea

Sevilla puede con todo. Con lo que le echen. Sevilla es mucha Sevilla. Sevilla es una flor carnívora. Que ya se ha comido a Ikea. Como devoró a Creix el policía. En los años 60 estaba muy bien organizado en la clandestinidad sevillana el PCE de Soto y Saborido, con Benítez Rufo a la cabeza, que traían locos a los barandas del franquismo. Y para acabar con los comunistas y sus compañeros de viaje, la dictadura mandó a Sevilla como jefe superior de Policía al temible comisario Antonio Juan Creix, con fama de represor en Cataluña y Vascongadas. Llegó Creix a Sevilla con aura de policía que se comía a los antifranquistas crudos, pero al poco tiempo Sevilla lo fue atemperando y templando, quizá por nuestro clásico:
-- ¡Pero, hombre, no se ponga usted así...!
Creix no se puso así, sino que se puso de aquí. A los pocos meses, aquel terrible cancerbero de la dictadura estaba en la tertulia semanal y medio flamenquita del Bodegón Torre del Oro, con José Antonio Blázquez y con Del Nido padre, riendo los chistes de Gandía y hablando del Sevilla y del Betis. Y escribiendo versos. Por defender las libertades que ahora gozosamente puedo ejercer gracias a S. M. El Rey, a mí Creix me hizo dormir en los calabozos de la Gavidia, me llevó al Tribunal de Orden Público y me quitó el pasaporte. Un día recibí un oficio de la Policía, que me pasara por La Gavidia para un asunto de mi interés. Ojú: ¡por las patas abajo! En La Gavidia entrabas, pero no sabías cuándo ibas a salir. Yo entré y me acompañaron al despacho del mismísimo Creix. Muy sonriente y haciéndose el simpático, me dijo que me iba a devolver el pasaporte. Pero antes de dármelo, abriendo la carpeta que tenía bajo sus codos en la mesa de despacho y sacando un papel, me dijo:
-- Usted que es escritor, le voy a leer estos versos que le he hecho a la Macarena, a ver qué le parecen.
Me los declamó con lágrimas en los ojos, en plan Rodríguez Buzón. Me parecieron, como se pueden imaginar, divinos. ¡Para hacer crítica literaria de pestiños cofradieros estaban los tiempos en La Gavidia! Pero no voy a eso: voy a que la cruel Sevilla, la absorbente Sevilla, la anuladora Sevilla, había podido con el represor Creix. Sevilla había conseguido que el terror del antifranquismo acabara escribiendo versitos a la Macarena.
Y ahora Sevilla ha podido con Ikea. Creían los suecos que venían a Sevilla a vender muebles para armar y llegaban a la Cultura de la Tapa, a vender albóndigas. Como le ha dicho Daniel Molina, el baranda de Ikea, a María Jesús Pereira, en la tienda de Castilleja han vendido 246 millones de albóndigas en 8 años. Y siguen vendiéndolas: 1.500 albóndigas al día, que ya son albóndigas. Ikea tiene al año 3.500.000 visitantes: más que la Catedral. ¿A qué va la gente? Pues mayormente a comer albóndigas, tras pasar por esa especie de Carrera Oficial que, muy a la sevillana, ha hecho Ikea en su interior: debes ir por la Sierpes de los sofales y la Plaza de las cocinas hasta hacer estación en la cafetería, a pegarte el latigazo de albóndiga. Sevillanísima albóndiga, vulgo almóndiga, que tiene hasta calle para que rime en los ripios de Semana Santa que escribía Creix: Alhóndiga. Ikea es una alhóndiga sueca para la albóndiga sevillana. El verdadero negocio sevillano de Ikea no son los muebles, es la albóndiga. Urende y Merkamueble han pegado el barquinazo por no vender albóndigas. Y nada digo el día que Ikea descubra la croqueta, la que van a liar... Claro, como la albóndiga es lo único que te venden en Ikea ya montado, que no tienes que romperte la cabeza con el destornillador y la llave Allen, y como el sevillano no quiere líos...

 

 

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