Vengo de
enterrar a un amigo. En el tanatorio de Alcalá han
incinerado a un amigo, bético y de Los Gitanos. Su nombre se
escribía Pedro Manuel Arcos López en la esquela mortuoria de
ayer en ABC, pero se pronunciaba Manolo Arcos. Era del mundo
del automóvil. Del que tuvo la suerte o la intuición de
retirarse a tiempo, en los años en que aún se vendían
coches. Era director de Tysa Ford. Un gran director de
empresa, uno de esos empresarios sevillanos modelo Instituto
San Telmo que protagonizaron el estirón económico de la
ciudad antes, durante y después de la Expo. En Tysa de la
Carretera Carmona o junto a Puerto Perico, Manolo Arcos le
vendió un Ford a media Sevilla. Fue quien ideó inundar con
la publicidad de la Ford el mundo del fútbol sevillano,
empezando por el patrocinio de los programas en Radio
Sevilla de un periodista de Alcalá que empezaba y que
escribía en ABC: José Antonio Sánchez Araujo. Arcos fue el
que ideó acompañar al Maestro Araujo en todos los
desplazamientos de los equipos sevillanos con aquel lema que
era casi como una alineación del centro del campo: "Catrasa,
Tysa y Ferrimóvil".
Manolo Arcos era de las estribaciones del barrio de la
Feria. Había nacido entre La Amargura y Montensión, calle
Jerónimo Hernández. Barrio puro. Habla sevillanísima. Gracia
tela. Sin alardes de gracioso. Y hermano de Los Gitanos. De
los de cuadro y medalla de los 25 años, camino de los 50. De
los que en los tiempos duros llegaba el Capitán Piquero a
Tysa en nombre de la hermandad y Manolo le aflojaba el
dinero de las flores del paso del Señor de la Salud sin que
se enterara nadie.
Y de bético, ni te cuento. Yo que sabía del sentimiento
bético de la vida, con Manolo Arcos he comprobado que
también hay un sentimiento bético de la muerte. Manolo ha
muerto muy cerca del campo de nuestro Glorioso, en el
Sagrado Corazón, en el desgraciado postperatorio de una
delicada intervención realizada con el máximo cariño por las
mejores manos. Y antes de bajar al quirófano, entre sus
ultimas preocupaciones, a su hijo:
-- Oye, que si yo no puedo ir, no dejes de ir a renovarme el
carné.
Del Betis naturalmente. Y una vez que todo fue irreparable y
Manolo había muerto, la aplicación por la familia de su
generosidad: la donación de sus órganos. Era la segunda vez
que Manolo donaba un órgano. El primero que donó fue el
órgano para el nuevo santuario de su hermandad en la calle
Verónica, que lo pagó de su bolsillo. Ahora donaba cuanto
tras su muerte pudiera dar vida a otros. Una donación
múltiple de órganos realizada con sincronización y
delicadeza modélicas. Y Paqui, su mujer, recordando su
gracia e interpretando su sentimiento bético, en las horas
de la generosa decisión tras el dolor, va y le dice a los
médicos del Plan de Trasplantes:
-- A ver si el corazón puede ser para un bético... Porque,
vamos, se entera Manolo que su corazón se lo han
trasplantado a un palangana y es que le da algo...
El donado corazón bético de Manolo Arcos vive ahora al menos
en cuatro vidas rescatadas para la Salud de su Cristo. Como
murió cerca del campo, camino de la iglesia de Los Gitanos
donde le dijimos adiós ante su Cristo, el coche fúnebre que
lo llevaba le dio la vuelta al Villamarín. Sentimiento
bético de la muerte. Y sentimiento bético de la perpetuación
de la vida. La vuelta al ruedo del Villamarín del ejemplo de
un bético, que deberíamos imitar y que pongo aquí como
elogio y propaganda de la donación de órganos. Aunque haya
por ahí un palangana que cuando vaya a su Pizjuán en el
próximo Derby, como lleva el corazón de Manolo, resulta que
sale el tío gritando:
--- ¡Beeeetis, Beeeetis!
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