ANTONIO BURGOS | MIS MEJORES RECUADROS


Leal de Camas

 Flores, muchas flores. Voy al anaquel donde guardo las cintas de casés de las nostalgias y los recuerdos, del Angelillo del frente de Teruel, de la murga de Manolín, de la corneta del brigada Rafael, de los campanilleros de Bormujos, de Pepe el Limpio, y cuando cojo la única grabación que hizo Leal de Camas me salen sus flores. Yo tengo ahora delante, lector, la fotografía de Leal que viene en la carpetilla de esa cinta. Leal entre flores. Lleva su pamela. Era, en verdad, un sombrero de palma de segador, con ribetes azules de Calle Real. Pero lo llevaba transformado en pamela, por obra y gracia, cuánta gracia, de los sacanovios, aquellas flores coloreadas y plumas con fuchina que los rocianos se ponían en el sombrero de palma en la confusión de lenguas del Pentecostés marismeño. Lleva Leal de Camas planchadísima y limpísima camisa celeste a modo de guayabera cubana; le cruza el pecho un como cordón de gala de oficial de Infantería, trenzado en colores amarillos, rojos y marrones, que sostiene a la altura de la cintura una breve cartera. Y hay un fondo de más flores, macetas colgadas de las paredes, puestas con hierros de balcón en una reja, en el suelo. Leal entre flores. Está mirando a la cámara. Tiene un gesto evidentemente romano. No se puede vivir en Camas sin acabar pareciéndose a la estatuaria de Itálica. ¿O me recuerda a Paco el Campanero? Sí, lleva Leal en la pamela los mismos sacanovios que se ponía Paco el Campanero cuando cogía sus zahones, su alforja, su chaquetilla blanca, sus botos y sus coplas y se iba detrás del Simpecado de Triana.
Y cuando pongo la casé de Leal en el escritorio, siguen sonando las flores. María la Morena ya ha puesto un potaje, y Leal nos anuncia, ángel rebelde de los mercados, que le han salido duros. Van en su copla los jinetes de Triana con gracia y garbo, los claveles que se tiran al pozo, el aguardiente de las mañanas, las dianas de los tamboriles, el sol de mayo que llega hasta la ermita, los casamientos de los enanos para hartarse de reír, los nacimientos en la Cava, las amapolas tan encarnadas, los azules de rejas, las carretas blancas entre los pinos, ¿quién te lo ha dicho?, quién tal dijera, anda que eres, mira qué talle, no haced ruido, carreterito nuevo, leguas y leguas. Son las flores de las sevillanas de la pamela de Leal hecha copla.
Yo ahora, lector, mientras suenan las coplas de Leal, con aquella su voz que él decía que era de canasta cascada, dejo escurrir el agua del tiempo a través de aquellos mimbres de la canasta de su cante. Leal está rifando una medalla de la Virgen del Rocío. Lleva un canasto al brazo y un talonario de papeletas en la otra mano. Está en un mercado. Va diciendo picardías y requiebros a todas la mujeres que se encuentra. Va diciendo piropos, que son flores del deseo, a todos los muchachos que pasan. Su escurrido trasero que va bamboleando como la popa de un bergantín que buscara el arrimo al Puerto Camaronero. Tenía una cinturita que se parecía al clavel de sus coplas, cómo la movía, flor imposible del amor oscuro, en el riá, pitá de sus palillos, cuando detrás de su carreta iba un moreno y era tan alta la nave de su Marina y todos los marineritos tenían morena la cara en las flores locas, locas de sus tonadas.
Yo ahora, lector, abro el portalón de un patio en la calle Castilla para montar una ya imposible carreta del Rocío. Una carreta de coplas. Sentado en la delantera, orondo como un Buda, va El Pali. Lleva colgada una medalla sobre su camisa desabrochada y le brilla el aguardiente de la calle Aduana detrás de los cristales de culo de vaso de sus gafas. Delante, junto a la jiala del carretero, va Paco el Campanero. Va repartiendo estampas con versos, que va cantando con voz de campana de alba, menudo, aniñado. Detrás, rifando pollos y medallas, Imperios Romanos y Pastorcitos Divinos, viene Leal de Camas con su pamela de los sacanovios, con su cascada voz de canasta, dibujando garbo de jinetes y gracia de marineros. Del portalón del patio de la calle Castilla ya está saliendo la imposible carreta de los emperadores romanos de las sevillanas. Enfila el Patrocinio, sube la Cuesta de Castilleja, y a recibirla salen cien talles equívocos con su inequívoco riá, pitá. Porque hoy, lector, le he comprado una papeleta a Leal de Camas y me ha tocado la rifa del cordón de oro del recuerdo.

 

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