No
solamente los toros son la Fiesta Nacional. Hay muchas otras
fiestas nacionales para las que podemos pedir la protección
de la Unesco. Aparte de que la verdadera fiesta nacional es
el fútbol, vamos a dejarnos de cuentos. En tiempos se habló
mucho de la fiesta nacional de la envidia. Se decía que
España era el país de los toros, del flamenco... y de la
envidia. El catecismo Ripalda la describía con belleza
poemática: "¿Qué cosa es envidia? Tristeza del bien ajeno".
El bien ajeno nos entristecía muchísimo. Un amigo mío ponía
un ejemplo de la fiesta nacional de la envidia: "En Estados
Unidos tú te hartas de trabajar toda tu vida, te haces
millonario, te compras un Rolls Royce, te subes, y cuando la
gente te ve por la calle, te toca las palmas. En España tú
te eslomas trabajando y tienes éxito en tu empresa, te
compras un Rolls Royce y la gente, cuando te ve por la
calle, lo que dice es: "Mira éste, ¿dónde lo habrá robado?".
Y no conformes con eso, siempre hay un mamón que se saca las
llaves del bolsillo, coge una y te raya toda la carrocería
del Rolls cuando pasas."
Los españoles hemos cambiado de principal pecado capital. Ya
no es la envidia. Ahora el gran pecado capital nacional es
la cobardía. Nunca tantos callaron tanto durante tanto
tiempo y tragaron tanto sin rechistar ante la dictadura de
lo políticamente correcto. Parece que nuestras madres no se
separan de nuestro lado con el sabio consejo que me daba la
mía:
-- Hijo mío, tú no te signifiques.
Significa esto que los tenemos de corbata (buena, de Gucci)
ante los dictados del progresismo, de la modernidad y,
ahora, del separatismo. Sí, he dicho separatismo, ¿passssa
algo? Si perdimos la batalla del lenguaje contra la ETA, y a
las cuadrillas de asesinos hasta en el telediario de TVE las
siguen llamando "comandos", me parece que la derrota
lingüística tiene una segunda edición con los intentos
secesionistas de Cataluña. Dándonos por cautivos y
derrotados, otra vez estamos usando el mismo lenguaje de
nuestros enemigos, porque éstos son enemigos declarados de
la constitucional unidad de la Patria. Antes, a los
catalanes que no querían ser españoles se les llamaba
"separatistas". ¿Usted ha oído mucho ahora lo de separatismo
y separatista? No. Usamos las mismas palabras que ellos:
independencia e independentistas. "Independencia" es lo que
gritaba el borreguerío emancipador en el campo del Barcelona
la otra noche. Es una palabra muy grata a ellos. Lo que les
da por la barretina es que les digamos lo que son:
separatistas. ¿Soberanistas, dice usted? No, tampoco. "Soberanista"
lo dicen ellos. Para mí un soberanista no es un separatista;
para mí un soberanista es un borrachucio que va siempre
hasta la corcha de brandy Soberano de González Byass.
Aunque nos falta perspectiva, con respecto a Cataluña, por
la cobardía nacional, estamos viviendo una etapa análoga a
los que fueron llamados "los años de plomo" en la lucha
contra los separatistas asesinos de la ETA. Vale, éstos no
son asesinos. Si con aquellos poníamos los muertos, con
éstos ponemos la pela del rescate. Pero en la fiesta
nacional de la cobardía, los separatistas tienen atemorizada
a media España y a toda Cataluña, no vaya a ser que...
Conforta que el Gobierno, "en tropel" que diría Alfonso
Guerra, haya empezado a no pecar de cobardía ante los
separatistas catalanes. Malos tiempos corren cuando la
fiesta nacional de la cobardía convierte en acto heroico la
proclamación de la obviedad. Hablo de esos empresarios
catalanes callados como cartujos, que no se atreven a decir
lo que piensan, la obviedad que ha proclamado desde Radio
ABC el editor José Manuel Lara, un héroe en la cobarde
España: "Si no hay casera de unidad nacional, nos vamos de
Cataluña".
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