ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Sevillanizar Sevilla

   Levanto la mano y le digo a la seño, a la profe:
-- Me pido un ministro Wert para Sevilla. Total, si no lo dejan españolizar a los niños catalanes, que se dedique a sevillanizar Sevilla, que hace igual de falta.
-- O más, usted, o más, porque lo mismo que el que habla español se siente ya extranjero en Cataluña, y nada digo en Mallorca, con todos los letreros de las calles en mallorquín y ni uno solo en castellano, nada le digo de lo guiri que se siente uno en Sevilla al ver cómo la están destrozando.
Yo traería al ministro Wert, héroe de las identidades nacionales, para que en sus horas libres nos echara una mano en algo casi tan difícil como defender la lengua española en Cataluña: que Sevilla se parezca a Sevilla. Por lo visto, eso es dificilísimo, porque Sevilla cada día de está pareciendo menos a lo que entendemos por Sevilla y más a Albacete. Y no sólo la ciudad toda, sino cada una de sus partes y lugares. Todo lo que tocan lo desevillanizan. La mentalidad dominante dice que lo que se entiende por sevillano es rancio, carca, retrógrado. Facha, en una palabra. Y, por el contrario, todo lo que sea "como-de-por-ahí" (que decía mi querido y recordado Ignacio Pablo-Romero) es tenido por progresista, moderno, fantástico y maravilloso. ¡Malecón (de Triana, con azulejo) el último que no desevillanice a Sevilla!
Ahora se cumplen veinte años del mayor proceso de desevillanización, que fue la Exposición de 1992. La otra cara de la moneda de la Exposición de 1929. Para la Exposición del 29, Sevilla se sevillanizó. Fue rediseñada por un sevillano, por el arquitecto Aníbal González (a quien por cierto un enemigo le ha levantado una ofensa en forma de orejuda estatua ante su magna obra de la Plaza de España). En vísperas del 29 todo se hizo "estilo sevillano". La Avenida se llenó de edificios tenidos como de estilo sevillano. Hasta los Quintero sacaron al escenario de sus obras esos tresillos llamados "de estilo sevillano" que ahora se ven en las casetas de Feria, sillas de enea pintadas con escenas de azulejos de montería. Había una voluntad de que Sevilla se pareciera a Sevilla. Justo al contrario del 92, que se hizo de espaldas a la ciudad monumental (a la que únicamente se le pegó un repaso de brochazos de Revetón, y listo) y se rindió culto a todo lo que pareciera lo menos sevillano posible. Verbigracia, los puentes que se levantaron. ¿Quién puede pensar en Sevilla viendo el Puente del Alamillo o el del Quinto Centenario (Terry)? Los pabellones del 29 quedaron como algo sevillanísimo, y ahí está la Plaza de España, ya símbolo de la ciudad. Los pabellones del 29 y La Cartuja toda toda quedaron como lo menos parecido posible a Sevilla, que era de lo que se trataba y lo consiguieron los tíos, tras derrochar pellones y más pellones, origen de la actual ruina de recortes y rescate.
La Sevilla que vivimos ahora es la hija crecidita de la Expo del 92. ¿Para qué más conmemoración de la Expo del 92, y para siempre desgraciadamente, que las Setas de la Encarnación, donde han levantado lo que ningún moderno se atrevió a alzar en La Cartuja cuando la Expo? ¿Qué más conmemoración del 92 que la desfiguración y desnaturalización de la Puerta Jerez? Al proceso de destrucción de la ciudad con los derribos desarrollistas del tardofranquismo que paró el Alcalde Uruñuela (que fue el Alcalde Contrapalanqueta) ha seguido algo peor: el proceso de desnaturalización de Sevilla. Los derribos se hacían en nombre de la especulación; la desnaturalización, en nombre del progreso y de la modernidad, para que Sevilla no parezca Sevilla. Uruñuela paró los derribos, pero la desevillanización de Sevilla no la ha parado nadie. No hace falta sacar 14 Cristos, 14 (y pleno al 15 con la Esperanza Macarena) para celebrar el Año de la Fe. Todos son Años de la Fe. Hay que tener fe para ponerte delante de las Setas de la Encarnación, mirar aquel mamarracho y creerte que estás en Sevilla.

 

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