En las radios que pongo por la noche para conocer las
primeras páginas de los periódicos del día que va a
amanecer, el anuncio de un banco no malo, sino malísimo, un
demonio tentador, me invita reiteradamente con irresistibles
promesas a que le ponga los cuernos a don Emilio Botín y me
lleve mi plan de pensiones del Santander a esa otra entidad,
que me va a dar inmediatamente y en crudo el 1,5% de la tela
marinera que le traslade. En cambio, no escucho ningún
anuncio del Santander, ni veo ninguna página de su
publicidad en los periódicos, en la que don Emilio me diga
que por mi fidelidad a sus rojos colores, va a premiar mi
lealtad, y que como no le retiro ni un euro y hace lustros
que se lo confío, me va a dar este año el 3% de la media
pringada que tengo invertida en mi plan de pensiones. Que en
mi caso no hablo ya de una mala enfermedad; como decía Curro
Romero de sus ahorros, me lo como en un resfriado.
Y cada vez que escucho ese anuncio y pienso lo imbécil que
es mi plan de pensiones, que le guarda una fidelidad absurda
a don Emilio Botín como si estuviera casado con él, y por la
Iglesia, me acuerdo de lo que me ocurrió el otro día en ese
nuevo rompeolas de (casi) todas las Españas que es el
vestíbulo de salidas de los Aves en la primera planta de la
estación de Atocha. Daba barzones por allí, entre la
cervecería y la bombonería, esperando la salida del tren de
Sevilla, y al pasar junto a una especie de chiringuito que
tenía montado American Express me paró una como azafata.
Que, cual el anuncio nocturno de la radio sobre los planes
de pensiones, resulta que era una diablesa que me tentaba en
el caso de que servidor fuese de la religión de la tarjeta
Visa, lo que no ocurre (ni Dios lo permita), ya que soy de
la estricta observancia del verde plástico americano con el
escudito del alado Mercurio. Si yo fuese de la Visa, un
suponer, y me pasase a American Express, la señorita
diablesa de la tentación de Atocha me ofrecía la tarjeta
durante un año como si fuera la de un trincón del PSOE:
gratis total, sin cuota. Díjele entonces:
-- Mire usted, señorita, soy casi socio fundador de la
tarjeta American Express en España. La tengo desde 1979,
cuando sólo la daba el Banco Urquijo y poco menos que había
que pedir recomendación para sacarla. Y tengo, además, una
tarjeta Business desde 1992. En casa todos tenemos y usamos
la tarjeta American Express. Y American Express no ha tenido
en la vida un detalle conmigo, como esto de regalarme por lo
menos lo que ofrece a los nuevos socios: un año sin pagar la
cuota. O sea, que si yo ahora me doy de baja y me saco una
tarjeta nueva con usted, ¿entonces sí me dan un año de
carencia en el pago de la cuota de una tarjeta que, además,
como le cobra tanta comisión al comercio y a los
restaurantes, cada vez te aceptan en menos sitios? -
La pobre azafata diablesa puso cara de entender menos que yo
todavía el absurdo, y hasta tuvo la gentileza de presentarme
excusas porque ella no podía hacer nada: ella era una
mandada, que me imagino que le pagaban a tanto el contrato
nuevo.
Voy al fondo de ambas cuestiones. Los mercados, los
tiránicos mercados, premian a los consumidores adúlteros que
le ponen los cuernos al Santander con ING, a Visa con
American Express. El mercado premia la infidelidad y
propicia que les pongamos los cuernos a nuestras marcas de
toda la vida. Nos ofrecen el paraíso y la fuente de la
eterna juventud si desenganchamos de Endesa y nos hacemos de
Iberdrola; o de Telefónica y nos apuntamos a Ono; Jazztel
nos regala un Galaxy III si le ponemos los cuernos a
Movistar; y el suministro de siempre de Catalana de Gas casi
nos lo regala Unión Fenosa si abandonamos a la vieja y nos
vamos con ella. Y a los consumidores que permanecemos fieles
a nuestros suministradores y bancos de toda la vida y no nos
cambiamos ni les ponemos los cuernos, no nos regalan ni un
almanaque por las Pascuas. Por imbéciles.
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