ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Cubierta descubierta

   Rafael el Gallo decía que sólo se podía torear donde había tranvías. El tranvía aseguraba que la plaza estaba en una ciudad donde no había catetos de feria hartos de vino y deseosos de hule, con la cachava en la mano lista para arrearle estopa al que no se arrimara como ellos quisieran al ganado de desecho de tienta y cerrado. Si viviera El Gallo, ahora diría que sólo se puede torear donde hay Corte Inglés, que es lo que hacía hasta que se retiró mi querido Curro Romero, que iba de la Sevilla del Corte Inglés del taurinísimo Javier Peinado al Madrid del Corte Inglés de Ángel Barutell, o al Puerto de Santa María del Hipercor de la Bahía. Y siguiendo las divinas enseñanzas del Divino Calvo nos atrevemos a decir que no se puede torear en una plaza cubierta. Una plaza cubierta le da al toreo un aspecto de cancha de la NBA lamentable. Vas a una plaza cubierta y parece que los toreros no van a hacer el paseíllo, sino que van a saltar a la cancha los jugadores del Estudiantes o del Cajasol.
Yo vi a Curro Romero en una plaza cubierta y no quiero ni acordarme, qué cosa más desangelada. Malaje. Fue en Madrid, en la cubierta plaza multiusos de Vista Alegre, el adefesio que construyeron sobre el derribo de aquella Chata de los grandes acontecimientos taurinos que yo leía de mozo en el "Dígame" y en "El Ruedo", donde luego surgió Palomo Linares y la leva de los toreros de La Oportunidad. A La Chata la convirtieron en una plaza multiusos. Y de momento, una plaza no puede ser multiusos. Me explico perfectamente que no haya llegado a buen puerto (a buen muelle, como se dice en gaditano) la que mi admirada Teófila Martínez quería levantar en la Cuna de la Libertad, la única capital andaluza sin coso taurino. Multiusos puede ser, ¿qué digo yo?, una navaja suiza, ¿pero una plaza de toros? Tequiyá... En la referida tarde de Curro Romero en la multiusos, cubierta y baloncestística Vista Alegre, como está casi embutida en un Corte Inglés, antes de que empezara el festejo se acercaron Los del Río a la localidad donde estábamos y le dijeron a Carmen Tello:
-- Carmen, a ver si le dices a Gonzalito que le avise a Curro que, por Dios, ni se le ocurra cortar las dos orejas, porque aquí al que triunfa no lo sacan por la puerta grande, sino que se lo llevan a hombros por la planta de Caballeros del Corte Inglés.
A Las Ventas, con la cubierta, me la iban a poner como Vista Alegre. Una tarde de toros iba a ser bastante parecida a unos "play-off" de baloncesto. Sí, ya sé que con la cubierta se asegura que no haya viento, el peor enemigo del torero. Tanto se le teme, que en la jerga de la Fiesta al viento ni se le nombra: no es viento, es "mucho aire". Impidiendo el viento con la lona, a los toros en Las Ventas le iban a quitar eso, el aire, el aire que da vida a la Fiesta, que es el triunfo de los sentidos. Se ven los toros, ciertamente, pero también se oyen. Se sienten en el repeluco de una trincherilla. Y se huelen. Cada vez que alguien enciende un buen puro junto a mí, para los terrenos de mis adentros me digo:
-- Huele a tercera fila de barrera del tendido 7...
Y los toros se oyen. En aquella tarde de Curro Romero, caballero cubierto en el Reino del Arte de la Tauromaquia, en la plaza cubierta de Vista Alegre, lo que más me chocó fue cómo bajo techo una corrida suena de forma distinta. Hasta la ferretería del manso derrotando contra el estribo del picador suena de otra forma. Y la música, ni te digo. En una plaza de toros cubierta, hasta el pasodoble "Gallito" suena a concierto de David Bisbal. La caída a lo Imperio Romano de la cubierta de Las Ventas ha tenido que ser, pues, una maldición gitana de Rafael el Gallo: no se puede torear en una plaza cubierta por la lona de un circo. Demasiados Milikis hay ya en el toreo.

 

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