ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Ayer fue Martes Santo

     Mientras doblaba a muerto la campana de la parroquia, ayer, a la hora del Ángelus, hubo como una luz de mañana de Martes Santo en la plaza de San Lorenzo. Cuando llevan a un sevillano de cuerpo presente a la iglesia donde tantas veces fue en vida para formar parte del cuerpo de nazarenos, en recuerdo de tantas tardes de capirote y túnica, para decirle allí la misa funeral, el almanaque se adelanta o se retrasa, según toque, y vuelve a ser el mismo día de la semana en que sale su cofradía.
Ayer, a la hora de su nombre, la del Ángelus, llevaron muerto a Ángel Casal a San Lorenzo. A su San Lorenzo. Que no era el del Gran Poder, sino, dicho a la antigua, como a él le gustaba, el de La Bofetá. Que se pronuncia Gofetá, ¿a que sí, Corri? Y hay un milagro que los Cristos y las Vírgenes de Sevilla hacen. Ayer lo volvieron a hacer. Dios y su Madre hacen muchas veces que estos sevillanos mueran cuando sus imágenes están de quinario, de septenario, de triduo, en el altar mayor. Los novios muy cofradieros ponen la boda cuando saben que la Virgen va a estar en el altar mayor. Del mismo modo, como un novio enamorado de la tierra de su Madre, Dios dispone a veces la muerte de los sevillanos cuando sabe que las imágenes de su cofradía van a estar en el altar mayor.
Así fue ayer. Nuestro Padre Jesús, con su túnica blanca y sus manos amarradas a la espalda, no estaba ante Anás, sino ante quien le quería mucho más que el mamón de Anás: ante Angelito Casal. Como estaba allí arriba, en la sevillana corte celestial de una candelería de altar de cultos elegantemente puesta, su Virgen del Dulce Nombre. En la misma altura celestial en la que ya estaba quien tantos años fue de fiscal de paso de su Virgen. Un nazareno alto y elegantísimo, palermo en mano, que pedía a la banda que le tocara al palio "Esperanza Macarena" al entrar en La Campana; o en la vuelta por Hernando Colón, donde todos los años le paraba el paso a Juanita Reina y Caracolillo; o "Corpus Christi" en la esquina del Bar Flor, ya de madrugada, donde estaban entonces sus amigos ya idos, ay: Javier Sánchez-Dalp, Antonio Quijano, Ignacio Pablo-Romero. Por eso ayer estaba en San Lorenzo el capataz de aquel palio. Alejandro Ollero estaba en San Lorenzo para mandar la levantá a pulso de corazones de Ángel Casal al cielo de su Virgen del Dulce Nombre.
El Martes Santo era el único día del año en que mi vecino de los toros, con su túnica blanca, no se vestía de Angelito Casal. No llevaba sus chaquetas de cuadros imposibles, con pantalones verdes y camisa amarilla que nos horrorizaban en el rinconcito de la guasa de la barrera de la puerta del arrastre a los Peralta, a Paco Gandía, a Marchena, a Mercedes Domecq, a Marita Erquicia, a Juan Arenas. Amaba la belleza en todas sus formas. Llamándose Ángel Casal Arias, estaba predestinado para su exquisito gusto por la ópera, para coger el portante e irse los veranos a Bayreuth, a escucharse a su Wagner enterito. Los Amigos de la Ópera que tanto animó desde su amor a la belleza notarán su ausencia cuando en "Rogoletto" esté vacía la butaca de Angelito en la primera fila de Teatro de la Maestranza, su otra Maestranza.
Pudo haber ido por la vida de Rey de los Bolsos, como heredero de su padre, Ángel Casal Casado, el gallego de la ORGA, concejal del Ayuntamiento con el Frente Popular de su amigo y paisano el gobernador Varela Rendueles, condenado a muerte cuando la guerra, en quien la calle Sierpes obró el portento de proclamar Rey a un republicano, aunque fuera Rey de los Bolsos y la marroquinería de Ubrique. Pero 
Ayer fue Martes Santo en San Lorenzo. Cuando llevamos a un sevillano a enterrar diciéndole una misa ante el Cristo y la Virgen de su cofradía, como ayer Angelito Casal en su Bofetá, su hermandad se hace de gloria. In excelsis Deo, Ángel, que suena como a italiano de ópera buena, buena, buena, como todo lo tuyo, bueno, bueno, bueno, no vayamos a tenerla.



 

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