ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Higiene Rivero

Durante la Semana Santa descubrimos nuevamente Sevilla cada año. Callejeando para ver las cofradías, pasamos por sitios que hacía años no pisábamos. O que no pisamos nunca más que en estos días. ¿Quién pasa a lo largo del año por la calle Eslava? ¿Quién por la calle Compañía, por Goyeneta? O, en el Compás de La Laguna, por Rositas o por Cristóbal de Morales. O por Gamazo. Podríamos ir poniendo así calles y calles. Medio callejero. Calles por las que no pasan cofradías, pero por donde pasan todos los que van a ver las cofradías que no pasan por ellas. Calles donde últimamente hasta hay bullas y apretones en las esquinas, que ya en Semana Santa se forman bullas hasta en calles por las que no están pasando cofradías, donde las cofradías ni están ni se les espera.

Una de estas calles es Rivero. ¿Quién, a lo largo del año, pasa de Sierpes a Cuna por la calle Rivero? Se pasa por la calle Sagasta o por la Cerrajería, pero nunca por Rivero. Calle como huérfana desde que cerraron las oficinas de la Catalana de Gas que llevaban allí a la gente para pagar los recibos. Calle que se quedó sin la librería de viejo que te invitaba entrar a comprar el clásico sevillano agotado que veías en la enrejada vitrina de la calle. Calle moyatosa en su tramo final si entras por Cuna o inicial si lo haces por Sierpes, por la esquina de Deportes Z, con el bar histórico-artístico de los bocadillos de calamares como importados de los bares de estudiantes de Madrid.

He pasado por la calle Rivero y he visto que se ha cerrado un capítulo de la Sevilla secreta. Ha cerrado la tiendecita "de higiene", de preservativos, símbolo de toda una época de la ciudad, de sus mancebías, de su vida nocturna en la Alameda, de las casas de niñas de la calle Escarpín, de la calle Quirós, de la casa de La Madrid junto a los ilustres muros del Alcázar. El edificio está en restauraciòn, vaciado, y entre andamios la puerta, ay, de aquella cortina, la famosa cortina de Higiene Rivero, la que tanto luchó contra las enfermedades venéreas, la que tantos secretos de Sevilla guardó, la que tantos pecadores cruzaron como preventiva visita antes de encaminar sus pasos hacia las "casas de lenocinio", de algunas de las cuales el periodista coriano Quiñones decía que eran "casas de leoncitos", porque había ladillas como leones de grandes en las peludas selvas de los montes de Venus de las pupilas.

En una época en que todo era pecado, especialmente de cintura para abajo, Higiene Rivero, que había sido fundada en 1932, resistió abierta incluso en tiempos del Cardenal Segura en Palacio y Franco en El Pardo, que ya es resistir. Su cortina famosa lo ocultaba todo en una ciudad de doble moral. El nombre que tenía entonces la pequeña tiendecita, como escapada de la Plaza del Pan, pues no tenía más de ocho metros cuadrados, era precioso: "La Preventiva". Eufemismo para no nombrar "la leña del venéreo", que diría Beni de Cádiz. Ese nombre sonaba como a compañía aseguradora, como a La Previsora Hispalense. Hacía una publicidad tan escondida como efectiva. En los urinarios de las tabernas ponían unas placas ovaladas de porcelana con el anuncio: "Higiene Rivero, preventivos de enfermedad, calle Rivero, 4". Yo me acuerdo de haber visto de niño en los mingitorios de Casa Morales aquel prodigo de anuncio de eufemismos, cuántos rodeos para no decir la palabra prohibida y maldita.

La ultima vez que pasé por allí y estaba abierto, vi que habían quitado la cortina y puesto en la pared una maquina expendedora de profilácticos a deshoras, en este templo de Venus que en sus buenos tiempos cerraba a las 2 de la madrugada. ¿Ha cerrado para siempre Higiene Rivero? Si es así, quede aquí hecho su gorigori en tiempo y forma.

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