ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Las papas del Papi

El Papi, en la playa del Puerto de Santa María
 

Negro, negro, negro, como aquel cantaor de viejos romances del Puerto al que El Negro llamaban, y completamente vestido de blanco, de primera comunión. A la verita de la mar, dos canastos de papas fritas al brazo y un pregón, qué jaleo junto a los toritos de las olas que derrotan en tablas de la arena. Una gorra blanca. Una blanca guayabera. Playa de Vistahermosa, que así le llaman por lo bonita que se ve Cádiz cuando, como una mujer, se la contempla en la distancia, Venus nacida entre la espuma cuyos pechos fueran las torres de la Catedral. Rafael Pérez Sánchez va pregonando sus papas. Bajo la gorrilla tiene, en torno a la calva de las grandes entradas, los pelos rizados y alborotados tufos de un viejo cantaor flamenco. Nadie sabe que se llama Rafael Pérez Sánchez este hombre de la mar y la ribera, que pregonando va las papas fritas. Es El Papi. Cuando llega hay revuelo de chiquillos entre pregones. "¡Papi, las papas!".

Por las tardes, cuando el sol echa su moneda de oro en la alcancía del horizonte, con la marea vacía, las playas del Buzo se llenan de buscadores de tesoros de los fenicios, duros antiguos, peluconas, anillitos de casada. Llevan unos auriculares, como oyendo el carrusel deportivo de la Historia, mientras con una especie de fregona electrónica parecen sacerdotes que fueran incensando las arenas en un exorcismo de ondas mágicas. Esos son los buscadores de los tesoros de la tarde. Por las mañanas, el sol alto dando en la cúpula dorada de la Catedral de Cádiz, brillando en resoles de espigones y depósitos de la base de Rota, algún barquito velero del Club Náutico buscando la canal por el faro de Las Puercas y por El Fraile, las playas de la Bahía se llenan de buscadores de los tesoros de la vida. El que pasa con la carmela que ha habilitado como nevera ambulante de latas de cerveza y fanta fresquita. El de los pistachos. El de las pipas: "¡Las pipas, tor mundo entretenío!". Y mucho paro entretenido, y muchas fatiguitas echadas fuera buscando la vida con un canasto: "¡Hay cangrejos, cañaíllas y bocas!".

El Papi, que buscaba los tesoros de la vida con sus canastos a la vera de la mar de Vistahermosa, ha dejado de pregonar su mercancía por la orilla de la chiquillería del Buzo. La muerte lo ha quitado del pregón y de los dos canastos, repartiendo besos y alegrías. Dijeron que iba a dejar la venta cuando a su madre le tocó no se sabe si la primitiva o las quinielas y aseguraron que El Papi se iba a comprar un BMW como si fuera un ejecutivo encargado de la parte del jamón y el queso en la Casa Osborne. ¿Cómo se puede ir a pregonar a los niños las papas del Papi con un BMW?

Hacía ya muchas mareas que las gaviotas habían notado la ausencia de Rafael, que tendría como unos 65 años. Pasada la Semana Santa, con las primeras calores de cuando la Feria de Sevilla, en los fines de semana solía El Papi empezar su temporada comercial, con sus dos grandes canastos, sus pies descalzos y veloces, alados como un Mercurio de las crujientes papas fritas de Jerez. Hasta que no se escuchaba el pregón de El Papi no comenzaba oficialmente la temporada de verano en El Puerto. Rafael el Papi era señor del Puerto, de La Calita, del Buzo, de Vistahermosa, de Las Redes, de Santa María del Mar, de Fuentebravía, en sus dominios no se ponía el sol, maratones de diez o doce kilómetros por la arena se hacía a diario para vender hasta 400 bolsas de papas. Sus leales, los niños, lo echaron ya de menos por Semana Santa. Los nietos de aquellos niños que salían corriendo hacia los canastos en cuanto oían el pregón, "¡Papi, las papas!". Y allá que venía Rafael, de punta en blanco marinero, repartiendo alegrías. Dijo un día: "Sueño con morirme en la playa con mi canasto y con los chiquillos pidiéndome papas". Así ha debido de ser, tenlo por seguro, Rafael. Ahora toda la chiquillería de los ángeles de la playa del cielo estará comprándote tus papas. Y como a los niños del Buzo, antes que el paquete de papas les darás un beso, como la ola de la vida que rompe siempre en la arena de la muerte.

 

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