ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 
ABC, 21 de julio de 2013
 
La España tatuada
 
Estas calores suelen descubrirnos dos cosas: que tenemos que recargar de gas el aire acondicionado del coche y que hay que ver la cantidad de tatuajes que se ha hecho la gente en España. Claro, se quitan los abrigos, dejan fuera los hombros, los brazos, las espaldas, las piernas, y nos aparecen todos los tatuajes. Los tatuajes eran en España cosa de marineros y de legionarios. Tenían como música de fondo el impresionante poema postmodernista de Rafael de León así titulado, "Tatuaje", al que le puso música el maestro Quiroga y voz imperecedera Concha Piquer: "Era hermoso y rubio como la cerveza,/ el pecho tatuado con un corazón,/ y en su voz amarga había la tristeza/ doliente y cansada del acordeón."

Por cierto, reparen en esa imagen poética: "La tristeza doliente y cansada del acordeón". ¿Se puede escribir mejor ni poner en pie más hermosa imaginería lírica? Pero estábamos con el tatuaje de "Tatuaje". El marinero que llegó en un barco, de nombre extranjero y que se fue una tarde con rumbo ignorado sería ahora el menos atrevido de los tatuados de España. ¡Cuidado que sólo tatuarse un corazón! Y en el pecho, además, para que nadie lo vea. No sé las trazas que se dio sobre el manchado mostrador la amante de aquel marinero para que con esa birria de tatuaje su nombre de extranjero se le quedara escrito en la caricia de su piel. Ahora sería mucho más fácil. Bastaría con que el marinero en cuestión no se hubiera hecho tatuaje de mar, sino de tierra. Como los que llevan todos los canis, modelo Kiko Rivera. Brazos enteros, espaldas, piernas, enmarañados con tatuajes de monstruos, ángeles, demonios, máscaras, calaveras, estrellas, arabescos, hojarascas. Ni el más recargado retablo barroco tiene tanto "horror vacua" como el tatuado brazo, o espalda, o pierna de un cani, donde no queda centímetro libre de tinta.

Así hay tantos establecimientos que anuncian "Tatoo", en inglés. Ah, claro: el tatuaje debe de ser sólo el corazón del marinero del manchado mostrador de la Piquer o en ancla en el brazo de Popeye y estas decoraciones obsesivas deben de ser el "tatoo" famoso. No sólo es un negocio el de los tatuajes, sino que hay otra floreciente industria: la de quitar los tatuajes, que en algunos casos tiene que ser dificilísimo; más fácil sería que el Doctor Cavada les hiciera un trasplante de piel a los horteras del "Tatoo" que quitarles esos Ermitages a lo hortera y a lo choni que llevan por brazos, piernas, hombros, espalda, barriga, cuello, y me imagino que algunos hasta en el yamentiendes y algunas hasta justo encima del cestillo del carbón.

Yo, como voy por el plan antiguo, me quedo con los tatuajes a lo Rafael de León, breves y cargados de poesía. Me quedo con el egregio tatuaje, tan de la Marina de Su Majestad Británica, que Don Juan de Borbón lucía en su brazo, que era un retrato en sepia de aquellos años difíciles en que tuvo que dejar de ser guardiamarina en la Escuela Naval de la Real Isla de San Fernando para enrolarse en la Home Fleet inglesa. O no lejos de San Fernando, me quedo con el legendario tatuaje del corista Joaquín Fernández Garaboa "El Quini". Tenía El Quini en su brazo otro retrato de época, otro trozo de Historia de España: cuando estaba en el frente de Rusia con la División Azul se hizo tatuar en el brazo el escudo de Falange.

-- ¿Vive todavía El Quini?

-- No, murió.

-- Menos mal, porque ahora, con la dichosa Memoria Histórica, de momento me lo iban a dejar manco, porque al ver el tatuaje del escudo de la Falange seguro que le cortaban el brazo...

Me quedo con el tatuaje del legionario de toda la vida. Estos descastados del "tatoo" no saben lo que es el "Amor de madre".

 

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