ANTONIO BURGOS | ANTOLOGIA DEL RECUADRO


 
ABC, 27 de agosto de 2013
 
La correa
 
Está usted entrando en un artículo nostálgico, que puede herir la sensibilidad de los recuerdos. Así que si no quieren sufrir un mal trago, pueden pasar esta página, o al menos esta esquinita del recuadro y dedicar su tiempo a la lectura de informaciones más útiles y Por ejemplo, el número premiado ayer en el sorteo de la ONCE, que es una de las pocas cosas de las que informan los periódicos y ante las que está todo el mundo de acuerdo.

La nostalgia viene porque ni la disciplina inglesa es ya lo que era. La disciplina inglesa sólo va a quedar a este paso para la publicidad de las estrictas gobernantas de traje de cuero y látigo de película porno de viernes de Canal Sur en los anuncios por palabras equívocos del putañeo consentido de las casas de masajes. Los padres ingleses que, fieles a la tradición de una sociedad basada en los azotes escolares, les peguen a sus hijos con el cinturón o la zapatilla, pueden acabar en la cárcel. El gobierno laborista quiere acabar con los castigos corporales a los niños, que allí tiene que ser tan revolucionario como si de golpe decidieran que los coches se pusieran a circular por la derecha, como Dios manda, y entraran en el euro, como todo hijo de vecino de una nación de la Unión Europea.

Solemos tener un complejo de inferioridad absurdo frente a los ingleses, y que conste que no voy a pedir que nos devuelvan el Peñón; por mí que se metan el Peñón por donde les quepa. Digo que sentimos un complejo de inferioridad absurdo ante los ingleses, porque nosotros tenemos tradiciones mucho más antiguas que las suyas, lo que ocurre es que les damos menos importancia, y somos menos catetos que ellos. La máxima expresión del catetismo de los ingleses es el abriguito y el bolsito de la Reina Isabel II, ¿a que parece una solterona antigua de pueblo andaluz que va a la novena de la Patrona? Los ingleses arman la revolución laborista porque acaban con la cruel tradición del vejigazo con el cinturón del padre autoritario al hijo díscolo, cuando aquí hace ya generaciones que terminamos con nuestra barbaridad análoga: la correa. Aquí el cinturón del padre dejaba de ser cinturón para convertirse en correa para los hijos, displinantes obligados en la estricta observancia de la veneración al paterfamilias. Las madres, pobrecitas, temían todavía más que los hijos el terrible cinturón convertido en correa:

-- Niños, no seáis malos, porque va a llegar vuestro padre, se va a quitar la correa y... -

La correa del padre era la amenaza ante las malas notas del colegio, ante la trastada del cristal de la ventana roto jugando a la pelota en el patio. La autoridad del padre se basaba en la correa, y así les fue a muchos padres y a muchos hijos. Cuando se acabó la dictadura de la correa afloró todo lo que tenía que aflorar. Hace décadas que no hay padre que se quite la correa, sino que más bien tiene que aflojársela, y bajarse los pantalones ante los hijos y, por ejemplo, sus las horas de regreso en la noche (el alba más bien) del fin de semana, la compra de la moto, el noviazgo con esa niña y otras habituales tragedias familiares de nuestro tiempo. España sí que ha avanzado, y que no me vengan con cuentos de lo civilizados que son los ingleses, que están todavía por el guantazo como forma de educación y la bofetada como ejemplo familiar. Tanto hemos avanzado, que antes los padres se quitaban la correa para pegar a los hijos. Y anda que ahora no tienen que tener correa ni nada los padres para consentir la dictadura de los hijos...

 

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