ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 
ABC,  11 de octubre de 2013
 
Tarifa de Juan Luis
 

 Como cuando el Levante da la vuelta, y rompe en Poniente, y se pone a soplar para Algeciras en vez de besar las arenas de la duna de Valdevaqueros para gozo del tablerío y del cometerío y del güinsurferío nacional y extranjero, hoy quiero contemplar al revés lo que siempre se ha dicho acerca un andaluz sabio. Y en vez de Juan Luis de Tarifa, hablar de la Tarifa de Juan Luis. Juan Luis Muñoz Alonso, el del restaurante de la estrecha calle San Francisco, tan original que en vez de servirte, como en Casa Morilla, el atún de reglamento, o el autóctono voraz del Estrecho, allí de pescado, ni mijita. Quizá por la misma razón por la que el Levante no se atreve a entrar por esa calle, la que arranca en el maravilloso escaparate de la tiendecita que vende cofres hechos con caracolas de la marea baja e irisados burgaíllos, cofres que el tesoro lo llevan por fuera, por muchas preseas que encerrar puedan. A la vera de la mar, Juan Luis se había especializado en su casa en el cerdo y en el jamón de gran categoría, tan lustroso y bien cortado que te lo traía con el plato boca abajo, sin que se le cayera por el camino ni una sola loncha.

Juan Luis Muñoz sabía latín, y lo disimulaba perfectamente. Su humanidad ocultaba las Humanidades que había estudiado. El fue quien me dijo que eso de "Liberamos móviles" de los anuncios de telefonía sonaba completamente a Monasterio de Silos, y que requería canto gregoriano al canto. Juan Luis estaba enamorado de Tarifa, la que para siempre quedó unida a su nombre, más que Guzmán el Bueno, y a su sabiduría popular. Lo llamé Filósofo Eólico, porque creo que fue quien por vez primera dijo que Tarifa está entre Dos Mares. Estos Dos Mares no eran los que dan nombre al hotel de Roberto Van Loy en Los Lances, no. Los dos mares de Tarifa son, a saber: la mare que parió al Poniente y la mare que parió al Levante. Parto del Levante que, a su vez, dio a luz a la más floreciente industria local, que no es el envasado de la melva canutera de La Tarifeña, donde el dueño conservero parece un lord, sino la Industria del Viento. Hay quien vive del aire, como toda la vida han vivido los señoritos tiesos de Sevilla, y quien vive del viento. Tarifa vive del viento. Antes que sus montes le dieran la alternativa a los nuevos y nada quijotescos molinos de energías alternativas, ya vivía Tarifa del viento que mueve las tablas. Como Moisés las de la ley, Tarifa, como marca la tabla, estaba con las tablas del güinsurf desde que Hoyle Schweitzer lo inventó.

Juan Luis fue por la vida de Sabio porque sabía que Tarifa vive de ese Levante, de su Levante Guapo. Como un viejo hechicero, adivinaba cuándo iba a saltar mirando los arrayanes de los jardines del Hotel Hurricane o la rompiente sobre las rocas del camping de La Peña. Como Rafael Villa padre llamó Novio de La Caleta a Paco Alba, yo a Juan Luis, más que como Sabio (que suena a Alfonso X y no a Sancho IV), lo saqué de pila como Novio del Levante. Era un enamorado del viento de su Tarifa. Hay quien se enamora de una mujer y quien se enamora de un viento. Juan Luis es la única persona del mundo a quien yo he visto piropear a un viento, como a una hermosa hembra. Y luego, sus dichos, para darse chocazos por las esquinas. Su filosofía popular, hecha gracia y sal de sentencias. Y sus dos frases con más usos que una navaja suiza, esencia de su sabiduría. Esdrújulamente flemático como un británico, a Juan Luis le gustaba navegar a favor del viento de las opiniones con dos frases con las que nunca se equivocaba: "¡Ya lo creo!" y "¡Hombre, por Dios".

Hoy la Tarifa de Juan Luis rinde homenaje de eterna memoria a Juan Luis de Tarifa. Al novio de su Levante. En la Alameda, al otro lado del monumento a Sancho IV (al que los tarifeños llaman Ángel Cristo, porque está con los leones), se descubre hoy un busto del Filósofo Eólico. No creo que le pongan mote al monumento de Juan Luis. Al revés: cuando salte el Levante Guapo, su enamorado viento vendrá a besarlo furtivamente. Como una novia. En la oscuridad de los jardines. Frente a la mar de entonces. ¡Ya lo creo! ¡Hombre, por Dios!

 

 

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