ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


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ABC,  2 de diciembre de 2013
                                
Una glorieta sin exageración
 
   El topicazo del vino viejo y los años se cumple muy sobradamente con los alcaldes de Sevilla. Cuando de verdad están bien los alcaldes de Sevilla es cuando han dejado de serlo. Cuando de verdad está bien Manuel del Valle, juicioso, certero en sus frases, harto de las coles locas de su propio partido, es ahora. Fernando Parias está ahora mucho mejor que cuando los plumillas lo criticábamos por el "Ivita, mi amor, que me quieren hacer alcalde" y le coreaban en la Plaza Nueva "alcalde, chorizo, te quedas con los pisos" las hordas vecinales de Sánchez Legrán, que en cuanto la izquierda tomó el Palacio de Invierno de la Casa Grande fueron desactivadas y, sin salir de la familia, convertidas en asociaciones de consumidores. Y no hay que citar el señorío que tiene ahora Luis Uruñuela. Si ya de alcalde, y en los más difíciles albores de la Transición, Uruñuela fue siempre un señor, ahora es que ni te cuento.

Con Soledad Becerril se cumple esta norma del asoleramioento de los alcaldes de Sevilla. Cuando era alcaldesa, Soledad estaba siempre como tensa, como preocupada, con los dientes apretados. Hablaba contigo y se veía que estaba reinando en otra cosa. Era por su responsabilidad, claro, e incluso por los socios que tenía, que vaya socios. Soledad es una mujer tenaz, persistente, constante. Si me apuran, hasta terca. ¿Usted no ve la Giralda, que se mueve, como los sevillanos todos, conforme soplen los vientos y vaya haciendo falta moverse? Bueno, pues Soledad de alcaldesa era todo lo contrario, como una Giralda sin eje de giro, ni a la derecha ni a la izquierda: las cosas son como son y hay que llevarlas a la práctica tal como son. Tenacidad se llama la figura. Lo cual le daba un cierto halo de distanciamiento y de antipatía, en esta ciudad de los abrazos, del manoseo del compadreo y de los simpáticos profesionales. (Hay muchos sevillanos que en su media filiación deberían poner: "Profesión: simpático".)

Esta gran liberal de aquel grupo de los cuatro gatos de Garrigues que aun siendo de derechas corrían delante de los grises porque pedían democracia en plena dictadura, desde que dejó la alcaldía está relajada, distendida, no le cuesta el trabajo que le costaba saludar a la gente cuando iba por la calle Sierpes con María Beca a su lado luchando contra su timidez: "Soledad, saluda; por Dios, saluda". Aun no siendo de aquí, hasta tiene ahora un sentido del humor muy sevillano, cruzado quizá en "The New Yorker". Cuando la otra mañana, con todo el frío del mundo, un biruji de trineo de Papá Noel importado directamente de Laponia, tras apartar a los pingüinos y los osos polares, la antigua alcaldesa y el alcalde Zoido descubrieron la placa que da su nombre a la glorieta que hay delante de lo que fue el absurdamente derribado Equipo Quirúrgico, dijo Soledad una frase genialona:

--Cuando mis nietos pasen por aquí y se pregunten por qué esta plaza lleva el nombre de su abuela, siempre podré decirles: "Mira, niño, es que esta ciudad siempre ha sido muy exagerada para todo".

Si a la justicia quieres llamarla exageración, querida Defensora del Pueblo, vale la mayor de tu silogismo. Que una gran alcaldesa, que tuvo a Sevilla más sacada de brillo que nunca estuvo, tenga su recuerdo en el callejero es justicia y normalidad democrática. A mí me alegra ver que Sevilla recuerda en el callejero a sus alcaldes, a todos sus alcaldes, de todos los recientes tiempos, de todos los colores: a Horacio Hermoso y al Marqués del Contadero, a Juan Fernández y a Luis Uruñuela, a Manuel del Valle y a Fernández de la Bandera, a Isacio Contreras y a Fernando Parias. Democracia se llama la figura. Por eso echo en falta una glorieta que recuerde a un gran alcalde precursor, adelantado a su tiempo, que soñó a Sevilla como la Gran Metrópolis del Sur que ahora es y que fue otro gran liberal en tiempos difíciles: a Félix Moreno de la Cova. Dedicar una glorieta a Félix Moreno, como la de Soledad, no sería tampoco exageración: sería justicia.

 

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