ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


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ABC,  10 de marzo de 2014
                                
 
Mantón para Bernardo de los Reyes
 
 Era altísimo. Delgadísimo. Elegantísimo. Como un galán maduro de película de Cannes, o un millonario con casa en Beverly Hills y yate en Mónaco que por los veranos viniera a la Marbella de Pepito Carlenton. Fue de los primeros en subir a una pasarela para exhibir moda masculina. Luego se hizo anticuario y decorador. Hablo de Bernardo de los Reyes y de los Reyes, el gran señor de Castilleja de la Cuesta, el número 1 de la hermandad de la Inmaculada Concepción de una Calle Real de zócalos y puertas pintados de celeste, quien ha dado la Vuelta del Domingo definitivo. La que lleva al azul de esos cielos concepcionistas en cuyo sueño de bellezas y perfecciones pasó Bernardo su vida. Bernardo seguirá en la Cuesta del cielo haciendo lo que soñó toda su vida durante todo el año: esperando el día de la Resurrección.

Yo quiero recordar ahora a Bernardo en su casa clásica y refinada del Rocío. Como su dueño era tan chorreón, la casa chorreaba señorío. Por allí pasó lo más grande del arte y de la gracia. Quiero evocar ahora su uniforme de requeté del Tercio Virgen de los Reyes conservado como una reliquia de fidelidades. Dar el homenaje de la memoria a aquel discreto y silencioso Bernardo que bajaba a Sevilla y entraba como alguien de la familia por las mejores casas, con su negocio de antigüedades y mantones. Ay, los mantones. Yo creo que el Galeón de Manila lo puso el Rey de España pensando precisamente en Bernardo: "Si los barcos no traen de Manila mantones de la China, ¿qué va a mercar andando el tiempo mi colega Bernardo de los Reyes?" Téngase en este punto en cuenta que Bernardo era rey por dos veces: De los Reyes y De los Reyes. Tenía probada la nobleza chorreona de sus cuatro apellidos en la Maestranza celeste de la Calle Real.

Los Reyes de Castilleja... Cualquier cosa. Castilleja es un Reino gracias al arte de sus Reyes, que sangre de reyes tartesios del Carambolo llevan en la palma de la mano. Bernardo era primo de los Hermanos Reyes, que glorificaron las sevillanas con Manuel Pareja Obregón. Bernardo era hermano del torero Diego de los Reyes, cuyo capote aún se recuerda, y del novillero Ruperto, el valentón largo de pata alante al que una cornada gorda en Algeciras le cortó la gloria que se merecía. Tanto son los Reyes en Castilleja de las Tortas que yo creo que la Calle Real se llama así por ellos... y por Doña María de las Mercedes de Borbón, alumna de las Irlandesas en el viejo palacio de Hernán Cortés.

Un mantón de Manila vendido por la elegancia de Bernardo era algo más que una seda bordada con un enrejado de flecos: era una leyenda. Como de leyenda, no sé si cierta, queda aquel lance del error judicial sobre la compra de unas antigüedades, del que luego salió absuelto con todos los pronunciamientos favorables, pero que momentáneamente lo llevó a la cárcel. Los súbditos de este Reyes acudieron en su auxilio. Y un amigo que abogado era lo visitó en el enrejado locutorio de la vieja e inhóspita cárcel, casi cervantina, de Ranilla. Preguntó a Bernardo qué podía hacer inmediatamente por él. Y no le habló de la libertad perdida, ni de la injusticia que allí lo tenía. Ni de la celda espantosa con la taza de váter en la esquina y pulgas en las mantas y jergones. Ni le pidió que le llevara ropa limpia, ni comida. Desde su elegante refinamiento, Bernardo lanzó tras las rejas su grito de desesperación que fue una proclamación de su señorío:

--¡Sácame cuanto antes de aquí, que aquí nada más que hay gentuza!

En este tiempo, Bernardo, en que mira cuánta gentuza ha tomado el mundo, que nos tienen copados, es natural que te marcharas a tu Vuelta definitiva, a esas marismas azules de Juan de Dios, celestes como tu sangre. Dicen que los reyes tienen sangre azul. Serán otros reyes. Se ha demostrado que los legítimos y acreditados Reyes de Castilleja, como este Bernardo para quien bordo este mantón manriqueño de despedida, tienen algo mucho más noble que la sangre azul: tienen sangre celeste.

 

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