ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC,  20 de junio de 2014                 
                                
 
Óle su casta, Señor
 
Hay palabras que se olvidan, como llamar cochambrosos a los pelusos, y palabras que de pronto se ponen de moda. Palabras que estaban en el Diccionario como el arpa del olvidado rincón de Bécquer y que de golpe aparecen por todas partes. Una de estas palabras que estaban olvidadas y de pronto se han puesto de moda es "casta", prima hermana por cierto fonéticamente de otra que también "es tendencia", como se dice: "caspa". Las dos, caspa y casta, son como dos armas arrojadizas, como dos piedras en busca de un hondero que las dispare con fuerza, en boca de los pelusos que llaman facha a todo quien no acepte sus dogmas laicos.

A los pelusos les encanta lo de la casta. Llaman casta no a la amiga de Susana, sino a su gremio: esto es, a la clase política, a los dirigentes de la nación. Mentándole todas sus castas a la casta ha habido quien incluso ha sacado en las elecciones europeas un resultado medio decentito, que se han encargado de no sólo de convertir en victoria, sino de ponerlo poco menos que como motor de la Historia y de los cambios que se producen en nuestra sociedad.

Pues bien, ayer de mañana yo le menté sus castas a todos los que maldicen a la que ellos llaman casta, al ver que nos habían secuestrado una hermosa palabra española, yo creo que para pedir el rescate cuando la necesitáramos. Y ayer de mañana la necesitamos para ponerle, a lo Juan Ramón Jiménez, el nombre exacto a las cosas. Fue cuando había terminado en el Congreso la primera parte de la maravillosa Convidá a Patria con que Su Majestad el Rey Don Felipe VI nos invitó a todos los españoles al asumir los poderes de la Corona tras la abdicación de su augusto padre. Los malos augurios de cencerros tapados y de vergüenza de ser un Reino no se habían cumplido, y en el solemne acto del Congreso se respiraba España y se respiraba Monarquía. Y más después de un gran discurso medido, bien escrito, mejor leído, sin olvidos ni ausencias, que era el movimiento final de una perfecta partida de ajedrez calculada desde el momento mismo en que Don Juan Carlos pensó en su abdicación.

Fue entonces, digo, cuando gozosamente recuperé esa palabra que me resisto a dejar en boca de pelusos, perroflautas y antisistema. Pues cuando me creía que iba a aparecer el Rolls negro cubierto que había traído a SS.MM. desde La Zarzuela a todo correr y como de tapadillo, vamos, a cencerros tapados, he aquí que en la Carrera de San Jerónimo estaba formada la Caballería de la Guardia Real, con su banda montada por delante como un homenaje al Brigada Rafael. Y he aquí que apareció otro cochazo histórico del Patrimonio Real, pero... ¡descubierto! A pesar de cómo está el patio en Madrid y en España, el Rey había pedido que, una vez proclamado y que desfilaran la tropa que le habían rendido honores, le pusieran a la puerta de ese mismo Congreso que las hordas y las turbas con la bandera de Rumanía cercan cada lunes y cada martes...¡un coche descubierto! No un coche cerrado, de perfil bajo, para no molestar, como algunos cobardones querían: que poco menos que el Rey fuera a jurar la Constitución en el taxi de su abuelo político. Pero el Rey mandó a tomar por saco los miedos de España: a pecho descubierto, en coche descapotado ¡y de pie, dando el pecho al enemigo! Sí, Señor: con dos co...raceros de la Guardia Real.

Si no se la había metido ya, yo creo que en ese momento fue cuando Don Felipe VI acabó de meterse ayer a España en el bolsillo, y que sea por muchos años, Señor. Y allá que iba a cuerpo gentil, Carrera de San Jerónimo abajo, y España encantada con él. Casta se llama la figura. La casta del Conde de Barcelona frente a Franco. La casta de Don Juan Carlos frente a los golpistas. De casta le viene al galgo. Yo me acordé de cuando los capataces, al comenzar una faena difícil, les dicen a sus costaleros antes de tocar el martillo: "¡Vamos a echarle casta!". El Rey se la echó, sin que capataz alguno se lo dijera. Bueno, sí, quizá la voz del capataz que oyó fue la de España: "¡Vamos a echarle casta, Majestad!". Y fue entonces que se subió en el coche descubierto, frente a todos los consejos. Óle la casta de Vuestra Majestad. Que es la casta de la Corona. Esa sí que es Marca España.

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