ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 2 de octubre de 2014                 
                                
 
Gorigori a Félix Pozo

 

Las tiendas son seres vivos. Puedo decirlo con pleno conocimiento de causa, porque casi nací en una de ellas: en la sastrería de un alfayate que, sin moverse de su sitio, estuvo primero en la calle Gran Capitán, luego en la Avenida de la Libertad y más tarde en la Avenida Queipo de Llano, hasta que, a la muerte de su titular, cerró en la Avenida de la Constitución, lo que es la historia política de Sevilla en el nombre de la que históricamente fue Gradas de la Catedral. Los comercios tienen la vida de sus dueños. Ciclos de vida. Nacen con ilusión, crecen, se afianzan y cobran fama y prestigio, se hacen mayores, sufren los achaques de los cambios de gustos, de estilos y de modas, hasta que finalmente hallan la muerte porque aquello ya no es negocio o, en muchos casos, a causa del propio ciclo vital del comerciante que le dio vida entregándole la suya.

Yo me acuerdo ahora de la tienda de mi amigo Angelito Casal Arias en Sierpes, frente a su querida terraza de La Reja. El Bolsos Casal que heredó de su padre, el inolvidable don Ángel Casal Casado, aquel republicano gallego que en la calle Sierpes se proclamó Rey: Rey de los Bolsos. Esa tienda con toda la estética de los años 60, renovada con el cuadro colorista de Javier Fernández Calvo al fondo, era la vida de Angelito. Duró lo que la vida de su creador el Rey de los Bolsos, y la de su continuador, el cultísimo presidente de los Amigos de la Ópera, el refinado fiscal de palio de la Bofetá que le regaló la saya rosa a su Virgen del Dulce Nombre. En nuestro rinconcito de la barrera del 7, Ángel me confesaba, temporada tras temporada: "Otro año más que le he tenido que poner dinero a la tienda..." Me lo confiaba con la complicidad de saberme hijo de un caballero de la Real Maestranza del Comercio. ¿Y qué pasó con la tienda de Ángel? Pues que en cuanto murió tuvieron que hacer lo que él nunca quiso, por mucho dinero que le costara: cerrarla, aunque luego sus sobrinos la hicieran renacer frente.

Ahora ese ciclo vital de las tiendas le ha llegado, ay, a un trozo de Londres que había por donde las cofradías de Triana entran en la carrera oficial. Donde O´Donnell se convierte en La Campana. Por jubilación de sus dueños, ha cerrado la joyería Félix Pozo. Matizo: aunque en este caso le hayan sobrevivido sus dueños, ha muerto la Joyería Félix Pozo. Por eso cuando cierra un comercio tradicional de Sevilla le escribe Burgos un gorigori en el ABC, porque son seres vivos que se lleva la muerte. La vida de la ciudad que nació con nosotros, con nosotros creció, maduró con nosotros y con nosotros envejece y muere. Si Manolo Garrido proclamó que "algo se muere en el alma/cuando un amigo se va", un trozo de la Sevilla de cada cual se marcha cuando le echan el cierre definitivo a un comercio de toda la vida. Que es ya, ay, un comercio de toda la muerte. De toda la muerte de la ciudad que conocimos, vivimos, amamos, soñamos y se nos va de entre las manos en un largo último suspiro. Me dice Antonio Fontán Meana:

-- ¿Sabes que ha cerrado Félix Pozo?

Y estoy por preguntarle:

-- ¿A qué hora es el funeral en El Silencio?

No sé por qué (o sí que lo sé), yo asociaba la estética de la joyería Félix Pozo a la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla: esa elegante seriedad, esa austeridad señorial, ese servicio a la tradición. Tras aquellos mostradores, unos auténticos señores que te atendían como a un señor, lo mismo fueras a comprarles un pisacorbatas que un centro de plata de regalo de boda para Rocío Jurado, que allí lo merqué. Ese Londres interior de aquella Sevilla de Félix Pozo ha muerto. ¿Dónde estarán ya el carey y el oro de aquellos bastones de mando que desde el escaparate buscaban manos callosas de alcaldes de pueblo? ¿En qué campos de Pineda o del Betis Tenis Club ya no se jugarán los encuentros que premiaban aquellas copas de plata que esperaban buriles de grabador para proclamar victorias? Sevilla ha muerto un poco con el cierre de Félix Pozo. En el reino de la memoria de la ciudad que se nos va cada día suena un grito de la plata de un trofeo, del nácar de unos pendientes de primera postura, del topacio de la botonadura de un frac: "Sevillanos, Félix Pozo ha muerto. ¡Viva la Joyería Reyes y viva Ruiz, Metales y Piedras Preciosas!

 

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