ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla,  17 de noviembre de 2014                 
                                
 
Descubrir un bar

 

Leí en algún sitio que ahora no recuerdo, quizá en el "Time" o en alguna guía turística, que en Nueva York hay tantísimos restaurantes que una persona puede llevarse lustros almorzando y cenando cada día en uno distinto sin que llegue a poder conocerlos todos. Algo por el estilo ocurre en Sevilla, pero con los bares. Tantos bares hay en Sevilla (y con veladores, ni te cuento) que puedes estar desayunando, tomándote la copita del mediodía, el café de la sobremesa y el trago largo de la noche cada vez en uno distinto y tienen que pasar años y años hasta que hayas podido llegar a conocerlos todos. ¿O no, Euleón?

Esta proliferación de bares (la principal industria de la ciudad, no el turismo) es tal, que al sevillano le encanta descubrir nuevos establecimientos como Colón gustaba de encontrar nuevas tierras ultramarinas (y coloniales, todo de comestibles) para la Corona de Castilla, a fin de que no les faltara tema a los guionistas de "Isabel", no vayan ustedes a creerse que era por otra cosa. Y buena ocasión para descubrir bares es algo tan sevillano como ir a un funeral. Y más en este mes de noviembre de las esquelas colectivas en ABC: el anuncio de la misa por todos los hermanos o los socios fallecidos durante el año, con sus nombres puestos en la lista del toca madera. La hermandad, club o colegio profesional que no ponga en noviembre una esquela en ABC con el funeral por sus miembros fallecidos, ni es hermandad, ni es colegio profesional, ni es círculo ni es ná de ná.

Una ocasión en la que suele el sevillano descubrir un bar es cuando va uno a un funeral y llega con tiempo más que suficiente porque encontró aparcamiento cerca de la iglesia antes de lo que calculó. Tal me ocurrió la otra noche, cuando acudimos a la iglesia de San Sebastián (vulgo "de donde sale la del Porvenir") para asistir a la misa que el párroco don Isacio Siguero dijo por nuestra buena, delicada y detallosa amiga Lúa (q.s.G.g.): por Luisa Fernanda de Silva y Mendaro, marquesa de Casa Mendaro y de Casa Ulloa. La que con exquisito gusto nos recibía a sus amigos en su Hacienda de Torrijos cada romería del milagroso Cristo, donde me enteré por cierto que la marcha "Estrella Sublime" la escribió Farfán para la Virgen de la Estrella de allí, de Valencina de la Concepción. Lúa era todo delicadeza, como una Lady inglesa, y le encantaba servir al pueblo abriendo su hacienda a todos para que se cumpliera con la devota tradición de aquel Cristo amarrado a la columna de su capilla.

Y como aparqué en el Porvenir antes de lo pensado, pues me sobró tiempo para el funeral de Lúa y entramos antes a un bar cercano a tomar copa y tapita. Habíamos dado con la iglesia recordando el itinerario de La Paz el Domingo de Ramos. ¿Brasil? Por aquí es... Ahora tenemos que buscar Río de la Plata, que es la calle anterior que viene en las cursivas de la Nómina del Consejo... Y allí, en Río de la Plata, Casa Aurelio: algo tan simple y elemental, querido Watson Euleón, como un bar sin pretensiones y con calidades. Una pizarra de tapas estaba diciendo "pedidme": huevos fritos con jamón, huevos rotos, fideos con langostinos. Marinerías bajo la guía de un verso de Antonio Machado y gloria bendita. Muy del barrio. A nuestro lado, en la barra, unos que parecían cofrades de La Paz hablaban no sé que del diputado mayor de gobierno... Sevilla pura mechada con Sanlúcar. Mechada como el atún mechado, claro.

Y héte aquí que la Jefa de mi Casa Civil pidió la tarjeta con el teléfono, para volver a comer con amigos en un saloncito que tienen. Es decir, que yendo al funeral de Lúa los Burgos hemos descubierto un bar y hacemos algo tan sevillano como recomendarlo a todo el mundo. Colón cuando descubrió América no la recomendaba con tanta pasión como el sevillano te quiere llevar al bar maravilloso que ha encontrado. Nos convertimos en proselitistas del bar que acabamos de descubrir. Probablemente según Rodríguez Buzón: porque bares en Sevilla habrá, pero como el que nosotros, precisamente nosotros, acabamos de descubrir, ¡ninguno!

 

                     

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