ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 24 de marzo  de 2016               
                             
 

Roma, IV Generación

Al anónimo autor de los versos que telegráficamente resumen la Historia de Sevilla, de Hércules fundador al Santo Rey conquistador, y que estaban y están en un mármol en la Puerta Jerez, se le fue la mejor en llegando a Julio César. Dijo: "Julio César me cercó/de muros y torres altas". Altísimas. Como la Torre Blanca o la Torre de la Tía Tomasa. E ilustres muros, que van de la Puerta de Córdoba al Arco de la Macarena, así llamada porque por allí tenía su huerta un compadre que Julio César se echó aquí y con quien se iba de copas a Casa Vizcaíno. Intimo amigo suyo. Un tal Macario. Pero el poeta que narró la Historia de Sevilla como metida en 140 caracteres de Twitter se dejó fuera lo mejor sobre la visita de aquel primer turista que tuvo Sevilla, el italiano Julio César. Quedó el italianini tan encantado con Sevilla, que para que defendieran los muros y las torres altas en las que se había gastado un dinero, digo, un denario, pero no con las armas, sino con arte y con gracia, como el que se deja el paraguas olvidado en un taxi se dejó aquí trastabillada una Centuria de sus legiones: la Legio Séptima Macarena. Que si lleva tantas plumas en el casco es para que darnos facilidades a los que escribimos de su arte inigualable. Quien no escriba de la Centuria con pluma de armao, ni escribe ni ná...

Aquellos hombres como trinquetes a los que tantas noches de Jueves Santo vi salir llorando como chiquillos, derrotados en la anual batalla de San Lorenzo por el Hijo de la Madre Esperanza que parió Al que tiene tanto Poder que derrota a las legiones del Imperio, en cuyas manos radica, tuvieron siempre aguerridos capitanes. Como Julio César fue compadre de Macario el de la huerta, yo fui honrado por la amistad de alguno de los capitanes de estos verdaderos romanos de mentirijillas que defienden las murallas del alma de la ciudad. Me estoy acordando de uno que era Macarena pura, Anchalaferia y San Gil sin mezcla de mal alguno: José López Fernández. Fue armao durante 52 años, de los que 25 mandó la Centuria, con todo el plumerío sobre su casco y un corazón que no le cabía en su dorada coraza. Su nombre de guerra de la Madrugada era El Pelao. En la Sevilla donde los seises son diez, en la plaza del Arenal no hay arena sino albero y el Pasmo de Triana nació en la calle Feria, El Pelao no tenía un solo pelo en su cabeza como de mármol de senador de Itálica. Perdida al final de sus días esa cabeza por el mal de la desmemoria de nuestro tiempo, sólo sabía quién era cuando se le hablaba de Roma, de la Centuria, de sus armaos tomando La Campana para abrirla a la Esperanza y que fuera más leve la Sentencia. En esa Campana donde un día, en sus sueños de Roma, quiso entrar conduciendo una cuadriga con cuatro caballos blancos.

Lo del Pelao era como un heredado título de grandeza. Como Medinaceli o Alba, pero en macareno y en plaza de abastos de Anchalaferia: o sea, mejón. Su padre, capitán con mando en la Plaza de la Feria, tenía unos toreros tufos y un día apareció por el puesto con ellos cortados. El Pelao le dijeron aquel día y Pelao se le quedó hasta a su hijo. Había que verlo, poderoso, orgulloso, racheando el arte macareno, con la alegría de llevar a su hijo José Luis delante, tan alto y garboso, de cabo gastador, y a su otro hijo, a Joaquín, de armao en la escolta del teniente Pepe García. Murió El Pelao, murió su hijo José Luis, dejó de salir Jaaquín por problemas de enfermedad. Pero la saga familiar imperial de los Pelaos siguió en la Centuria. Israel y Joaquín, hijos de Joaquín, nietos del Pelao, no son otros López en la Centuria, sino los mismos, que siguen saliendo. Tercera generación. Y esta noche se estrena la cuarta. Cuando pase la Centuria, verán a un niño de cornetín de órdenes: es Daniel López Muñoz, de 8 años. Bisnieto del Pelao, que lo verá desde el balcón del capiller del cielo. Roma Macarena, IV Generación. Sé que como su bisabuelo, rancataplàn, esta noche, camino de las murallas de Julio César, llevará el alma encogida de emoción para rendirse ante la Madre que parió Al que tiene el Poder y el Imperio y que por eso derrota y hace llorar en San Lorenzo a las legiones de Roma.

 

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