Igual que tiene mérito escribir de Semana Santa en pleno agosto, en chanclas y en Matalascañas, no menos lo tiene ahora, cuando ya suenan los cascabeles de los enganches y repican los palillos y ponen los farolillos... No me dirán que no les acabo de dar un buen catálogo de ripios para los que tengan que dar un Pregón de la Feria. Que aquí se pregona ya todo. Hasta el tío que arregla los tresillos de escai y las calzadoras y que viene por el barrio en su furgoneta te larga su pregón. Y ni te cuento del pregonero de las naranjas guachintonas.
Ahora, pues, es cuando tiene mérito escribir de la Semana Santa, aunque sea a toro pasado y en vísperas de Feria. Pero como siguiendo el dictado de Don Torcuato, el fundador de ABC, me encanta elogiar y destacar el mérito allá donde se encuentre, aunque sea en el Ayuntamiento, no quiero dejar pasar más días sin felicitar en tiempo y forma al señor alcalde de la Muy Difícil y Puñetera Ciudad de Sevilla, don Juan Espadas, y a su delegado de Fiestas, don Juan Carlos Cabrera.
-- Ah, ¿pero la Delegación de Fiesta no la tienen ustedes los escribientes de los periódicos, que son los que largan fiesta contra el Ayuntamiento?
No, la Delegación de Fiestas la ostenta (como otros antes la detentaban, y miren la diferencia en el DRAE, que para eso está), don Juan Carlos Cabrera. El que todos descubrimos, para bien, cuando presentó a Rafa Serna en su pregón y llegamos al convencimiento de que con una docenita de concejales valientes así, Sevilla sería otra cosa. Gracias a los planes de Espadas y de Cabrera, Sevilla ha recuperado la tranquilidad de la Madrugada. No se me caen los anillos por felicitarlos en público, como antes hice en privado. Este año han conseguido que en la Madrugada hayan desaparecido el niñateo y la botellona y que, como en el himno andaluz, los sevillanos hayamos podido volver a ser lo que fuimos cuando pasaba el Gran Poder. La Madrugada había devenido primero en "Madrugá", que me suena fatal. Me suena a Pestiñá, Ostioná o Erizá de Cádiz, o sea, a cachondeo colectivo grande; o me suena a Plantá, Cremá o Mascletá de Valencia, o sea, a petardo gordo. Y la "Madrugá", a su vez, había devenido en "Madrugona", que era La Gavidia llena de niñatos de botellona; que eran Las Setas tomadas por la gentuza borracha y miccionante por los rincones; o que eran las que se iban a hacer clásicas, las "carreritas" de la Madrugada; vamos, como los sanfermines que el año pasado arrollaron al Silencio, como si Javier Lasso de la Vega fuera la calle de la Estefeta en la ciudad de la ojaneta.
Aún sobran cosas en la Madrugada. Vallas aparte y lucro cesante de Ángela la Calentera aparte (que debe ser indemnizada, por cercarle el puesto y no dejar llegar a los compradores de rueda o de papa), sobra que en Semana Santa se autoricen puestos callejeros llenos de luces, más propios de la Feria que de la Semana Mayor...mayormente degenerada en los últimos años, hasta que estos señores han puesto pie en pared sin necesidad de tener 20 concejales, 20.
Entre el yijadismo y el gamberrismo, a esta Madrugada todos le teníamos no miedo, sino pánico. En sus comedios, la recorrí por los sitios antañones de la botellona y el gamberreo y pude repetir la frase de la Ronda del Jueves Santo: la ciudad estaba "sosegada y en calma", como correspondía a la festividad de la gran noche. Menos mal. Porque al paso que íbamos, de la Madrugada no nos iba a quedar más que la maravillosa marcha procesional sinfónica de tal nombre que escribió don Abel Moreno. Por cierto, y para terminar: un músico al que Sevilla no sólo no le ha hecho justicia, sino que hasta le quitó las dos sillas que tenía en La Campana. En cambio, en la agradecida Cádiz, con sólo dedicarle su "Cádiz cofrade", la Cuna de la Libertad se le rindió y le sigue tributando todos los honores que Sevilla le ha negado. Normal esto de Sevilla y de Cádiz. A Noé van a contarle ustedes lo que es el diluvio....
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