ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 30 de junio  de 2016               
                             
 

Banderillas para El Vito

Andando, ha salido andando. Con la suprema elegancia del silencio. Como salía de la cara del toro de la vida, de los ruedos, de las puertas grandes, de México, del codearse con los grandes, ha salido Julio Pérez Vito de la vida. Ya lo echamos de menos la noche en que se entregaba en ABC el premio "Manuel Ramírez", concedido póstumamente a Fernando Carrasco por la entrevista que le hizo al gran torero de oro, al decano de los matadores de España, al gran torero de plata, al cumplir sus 90 años. Que fueron 90 pares de banderillas a la vida, 90 estocadas hasta la bola a la adversidad, 90 revoleras de trabajo para sacar adelante una familia donde ya hay jueces y abogados, todo ganado por Julio como la ganaba la cara al toro y luego hacía la reunión, colocaba los palos y salía andando...

Andando con aquella elegancia torera. De la que dije un día que Julio Pérez Vito tenía planta, porte, aires y andares de torero hasta en pijama y en zapatillas por el pasillo de su casa. Como lo tenía cuando me lo encontraba bajando por la calle Reyes Católicos, camino de Los Tres Reyes, o de El Cairo, o del Hotel Bécquer, de algún centro del planeta de los toros, y parecía que no iba vestido con los cuadros de su chaqueta como inglesa y con su sombrero flexible de breves alas, sino liado en la seda del capote de paseo y con la montera calada hasta las cejas; y con la taleguilla apretando una entrepierna donde anidaba un valor que no te quiero ni contar, lleno de arte el corazón torero que le venía de rama, de familia. Veías a Julio por la acera de Reyes Católicos y parecía que sonaba en su honor el pasodoble que Santiago Lope le dedicó a su padre, a Manuel Pérez Gómez, también era Vito en los carteles.

Cuando me dejó en La Teatral aquel almanaque de la Venta Pazo con la foto de su enorme par de banderillas en Valencia, donde sale de la cara de toro traspasando todas las fronteras del valor y rompiendo todas las leyes de la Física, me llamó, como tantas mañanas, para pegar la hebra. Y me dijo cómo había que poner con su estilo y con su arte un irrepetible par de banderillas: "Hay que situarse ni muy cerca, ni muy lejos; a unos 10 o 12 metros del toro. Y cuanto el toro se fije en uno, ir hacia él para que sea el toro el que se venga hacia uno. Un poquito antes de la reunión, se saca el par de abajo y se clava en todo lo alto. Cuando por el impacto el animal queda paralizado, que es sólo una décima de segundo, se gira y se sale de su cara, despacito, con arte, con torería".

Así se nos ha ido Julio Pérez Vito: despacito, con arte, con torería. También de la cara de este negro toro de la muerte ha salido andando, con su suprema elegancia. Igual que Curro Romero le hicieron dar la vuelta al ruedo por cómo toreó con el capote a uno de los famosos 6 toros de Urquijo, al Vito le hicieron dar la vuelta al ruedo por cómo puso un par de banderillas cumpliendo sus propios cánones. Cánones de la armonía, de la belleza. De hacer parecer fácil lo que tan difícil es. Con la torería que encandiló a todo un premio Goncourt, a Jean Cau, con sus elogios a Julio en la novela "Las orejas y el rabo", la que escribió tras ir toda una temporada "empotrado" en el cochecuadrillas de Jaime Ostos con él, con Luis González y con Blanquito, como un cronista de guerra en una columna militar.Perdió la cuenta de sus puertas grandes, de sus grandes triunfos en la época de los verdaderamente grandes: con Pepe Luis, con Pepín, con Domingo, con Luis Miguel. Perdió la cuenta de los cornalones que le pegaron los toros y que le quitaron del oro de su vestido para convertírselo en la más digna y elegante plata. Nació torero y torero ha muerto, con la suprema elegancia de las distancias, entre los suyos. Yo hoy, Julio, tengo en la mano el pañuelo blanco de las lágrimas por tu muerte, pero es también el de las dos orejas y el rabo que le doy a tu vida de torerazo y de hombre. Ayer le pusiste el último, perfecto, par a la vida: banderillas negras al toro de la muerte. Has salido de la vida, torerazo, andando de la cara traicionera del toro de la muerte.

 

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