ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 18 de enero  de 2016               
                             
 

"No, aquello ya no..."

Me lo dijo Aquilino Duque el día que lo conocí en Los Corales, donde yo le llevé para que me lo dedicara un ejemplar de "La Calle de la Luna" con la tinta aún fresca y él me recomendó que leyera el "Ocnos" de Luis Cernuda, libro que había descubierto...en Londres. Pero como si me dictara una lección magistral sobre el capítulo que Cernuda dedica en ese libro a José María Izquierdo, me dio este consejo:

-- Ten mucho cuidado con Sevilla, que es una flor carnívora...

A lo largo de los años he comprobado que era cierto del ducal y aguileño dictamen. Es más: estoy por pensar que la principal flor carnívora de Sevilla es el azahar. Leyendo el libro de versos de Lutgardo García en forma de pregón de Semana Santa me alegré que fuera de los pocos poetas sevillanos que se han librado del azahar como la flor carnívora que los devoró y se los tragó para siempre, y no quiero citar rosarios, sentencias y esperanzas. Sevilla es incluso flor carnívora de sí misma. Se va comiendo a sí misma para transformarse. Es como el pelícano del paso del Cristo del Amor, pero consigo misma. Sevilla no se abre las venas para dar de comer a sus hijos, con los que tan malamente portarse suele, sino para devorarse ella misma. Basta pasear por la calle Tetuán para comprobar que Sevilla se ha devorado a sí misma, y que ya no es la que era. Nunca una generación de sevillanos conoce a la misma exacta ciudad que vivieron sus padres. Aquella Sevilla se autofagocitó y dio paso a otra. Distinta. No sé si mejor o peor: distinta. Aunque esta Vieja Dama sigue teniendo tanta belleza y tanta fuerza, que todo lo resiste. Con decir que ahora está resistiendo las lamentables jaimas o casetas de feria de veladores con las que están llenando sus más bellos espacios, sus plazas históricas, su armonía, sin que nadie levante la voz; o que nadie detenga a los enterradores de las Atarazanas...

En la teoría de la flor carnívora, al sevillano le gusta construir para luego destruir, devorar. No sólo los ambientes, los conjuntos, los edificios. También sus comercios. De la hostelería, ni te hablo. ¿Qué fue de los clásicos que ya hay que buscar en el libro de Isabel González Turmo? ¿Qué fue de Los Corales, de las tertulias del Gallo con Belmonte,que como eran tan amigos y todo lo habían hablado ya no tenían que pronunciar ni una sola palabra? ¿Qué fue de Las Maravillas de la Alameda esquina a Amor de Dios? ¿Qué de Los Candiles, de Casa Calvillo, de La Punta del Diamante? ¿Qué de La Ibense de Hermosilla mismo? Los negocios de hostelerìa triunfan y se hunden por esa flor carnívora de los sevillanos, que lo mismo dan esplendor a un establecimiento que lo devoran y con el desprecio lo llevan a la ruina pocos después.

Somos especialistas en hacer rico a alguien para arruinarlo quizá poquísimos años después, cuando nos hemos cansado y ya no funciona la novelería. ¿Sevilla ciudad tradicional que cuida sus ritos? Depende. La carrera oficial, la venia en la Macarena y esas cosas, si. Pero el comercio, en absoluto. Sevilla se está quedando sin comercio tradicional: todo es franquicia. Y caen uno otras otro los restaurantes que un día estuvieron de moda. ¿Quién se acuerda de El Burladero de Pedro Torres o La Dorada de Félix Cabeza? Me dicen que cierran un restaurante sobre el que hace quince, veinte años, te decían:

-- ¿No has ido a lo nuevo que han abierto en...?

Y como si aquello fuera suyo, el novelero te recomendaba:

-- Mira, ponen unas papas aliñás, y un arroz, que no tienes más remedio que ir, te va a encantar.

Hasta que un día alguien, quizá el mismo que te arrastró allí con su elogio, cuando lo quieres convidar a almorzar en el lugar que te recomendó, te dice despectivamente

-- No, aquello ya no... Ya allí no se puede ir, no es lo que era. Mira, vamos a ir mejor a...

Y te dice el negocio de otro señor al que vamos a hacer rico. Somos únicos cuando nos empeñamos en hacer rico a alguien. Para luego arruinarlo: "No, aquello ya no..." Tu Venerable Mañara puro, estimado Antonio Jiménez Filpo: "Sic transit gloria mundi"...

 

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