Se escribe José Manuel Soto, pero se pronuncia El Soto. Quien hizo popular una canción escrita por Rafa Serna que volvimos a oír la otra noche como música para la letra guasona de un popurrí carnavalesco gaditano y que nos da pie a esta sabatina sobre el habla sevillana. Aquella canción del gran Soto decía: "Se te nota en la mirada/que estás muy enamorada". Y yo sé por qué se le notaba en la mirada a la muchacha del Soto que estaba enamorada: por las miraítas que le echaba a su maromo. Que, por seguir diciéndolo en sevillano clásico, "se lo comía con los ojos". ¿Pero se puede comer algo con los ojos? Por ahí fuera no sé, porque cada vez me gusta menos meterme en carretera, pero aquí en Sevilla, sí. En Sevilla se come con los ojos hasta una buen puchero con tós sus avíos: lo que de El Cuervo para allá es una berza. Muchas madres se quejan:
-- Este niño mío come con los ojos. ¿Pues no que siempre me pide que le aparte más y luego se lo deja en el plato?
Ay, los ojos en Sevilla... Hasta Triana tiene ojos, unos bellos ojos de mujer: los ojos del puente. ¿De qué color son los ojos del puente de Triana? Está clarísimo: verdes como el trigo verde y como las aguas de "no te mires en el río", el gongorino Gran Rey de Andalucía. Hasta los puentes nos miran en Sevilla. Concretamente, en Triana. Bécquer daba "por una mirada, un mundo". Hay mundos en las miradas. La otra tarde escuché esta conversación:
-- Mira, ya no me pude aguantar... Le eché valor y le dije al tío lo que tenía que decirle.
-- ¿Y qué te contestó?
-- Ná, ¿qué me iba a contestar? ¡Pero me echó una mirá que no veas! Una mirá pá matarme con ella...
Homicidio en la mirada debe llamarse esto, ¿no, Joaquín Moeckel? Si hubiera un Derecho Romano Sevillano de la Bética, seguro que las miradas que matan estaban tipificadas como intento de homicidio. Y existe también todo lo contrario: la mirada de ayuda, de simpatía, de lo que toda la vida de Dios ha sido la caridad pero que, como suena a religioso, ahora le han puesto de mote "Solidaridad". Que usan vergonzantemente incluso algunas cofradías, en las que sólo falta que exista un Diputado de Solidaridad, que a este paso habrálo.
Un diminutivo lo cambia todo en el habla sevillana. Cambia la mirá amenazante en cariñosa miraíta:
-- Jefe, ¿quiere usted echarle una miraíta al coche y me avisa si viene el guardia, porque voy a entrar un momento en la farmacia y lo voy a dejar en doble fila?
Qué sevillana la miraíta: "¿Quiere usted echarle una miraíta al niño?". Y el que se ofrece a lo que sea "in vigilando". Hasta en la playa:
-- No se preocupe usted y vaya tranquilo a bañarse, que yo le echo una miraíta a su bolsa y a su móvil...
Si en la Junta le hubieran echado una miraíta a los trincones, no habría Caso ERE. Si desde la calle Génova le hubieran echado una miraíta a los peperos mangones de Valencia, no estaría ahora Rajoy a los pies de los caballos en los pactos (que están durando más que un mal parto; de "horita corta", nada).
De la mirá a la miraíta nos hace pensar en el valor expresivo del diminutivo en el habla sevillana. Que me corrija mi compañero de Real Academia de Buenas Letras, el profesor don Antonio Narbona, pero me parece que sólo el habla andaluza, y más especialmente la sevillana, tiene diminutivo para el gerundio: "Ea, a la calle y andandito. Pian, piandito, que ya mismito estamos allí". Lo sé porque cada vez que escribo un diminutivo de gerundio, el corrector ortográfico de Word, que no tiene paladar, me lo señala en colorado y lo quiere rechazar, el muy sieso manío. Y es que la gente no sabe el enorme poder expresivo y a veces hasta lírico de nuestros diminutivos. No es lo mismo el cachondeo que el cachondeíto; ni la marea que la mareíta; ni el fresco que el fresquito; ni el calor, que es del verano, que el calorcito de la copa en la mesa camilla, que es lo que pega ahora, todos arrecíos de frío...
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