ANTONIO BURGOS | ANTOLOGÍA DEL RECUADRO


 

ABC de Sevilla,  22 de septiembe de 1988
                             
 
Memorias del Arenal (IV)

HUELEN a verdura y garbanzos echados a remojo los puestos del Postigo. Suena la calle bajo el sol de los toldos. El Papeleta me coge ahora del brazo y, sacándome de la Taberna de Valentín el montañés, me lleva calle Arfe adelante, mientras me va diciendo:

-—Este callejón es La Callejuela, aunque se llama la calle Nazareno, y no tiene salida todavía, si quieres pasar a la calle San Diego tienes que atravesar por el Polvero, que sí tiene puerta falsa a esa calle. A estas casas que están haciendo aquí dicen que le van a hacer un pasaje para comunicar con la calle Bayona, y me han dicho que a ese pasaje, donde van a poner una lechería, le harán unos escalones con peldaños de hierro, para que la gente se pegue el jardazo en la bulla que se forme cuando esté pasando la Esperanza de Triana, que es la cofradía que gusta mucho en el barrio, somos los más trianeros de Sevilla, como los trianeros son también medio del Arenal, total, ¿qué es un río, aunque ese río sea el Guadalquivir? Ahí está la taberna de Bernardo Pérez, esa que ves ahí, y el que está de dependiente es su hijo Eusebio Pérez Flor, que juega a la pelota y que es jugador del Industria y quizá llegarás a conocerlo como directivo del Sevilla Fobaclú y como secretario de dirección de la Compañía Sevillana de Electricidad, muy buena carrera que va a hacer este muchacho. Y ahí delante, junto al Arco, el puesto de calentitos que entre Burgos y Manolito Diez Crespo, ese muchacho de la Alfalfa, han hecho famoso. Esto todavía no es puesto de calentitos, sino que es lo que decimos en el barrio «puesto de freír», freidor exclusivamente de pescado. Ahora lo tiene una familia que todavía es antecesora de la de Juana Goyguro. Y tienen una especialidad, que son las tajás de bacalao, que hasta me han dicho que las mandan a Madrid, a la Corte, si tendrán mérito. Estas tajás de pescao, cuando las fríen, dejan unos sobrantes, que son las mijitas. Por un real te dan un cartucho, y con medio litro de Valdepeñas de cualquier taberna del barrio, no veas cómo sabe ese real de mijitas, muchos albañiles almuerzan mijitas. A las tajás también les dicen algunos «soldados de Pavía». En el teatro del Duque pusieron una obra que hablaba de ellas, la obra se llamaba «La leyenda del Arco». El argumento era que la mocita que le dieran las doce de la noche debajo del Arco del Postigo sería desgraciada en amores. Una supuesta familia que vivía en el Arco y el puesto de freír era lo que salía en el decorado. Y un coro de «mocitos de la esquina», que silbando cantaba: «El soldado de Pavía / es colosal, / han querido declararlo ' monumento nacional, / yo por el Pavía siento admiración / pues ha sido base de alimentación.»

« Y ahí está —-me sigue diciendo El Papeleta-— la puerta falsa del Instituto Español, fábrica de perfumería de don Juan María Moreno, que tiene su entrada principal por la calle Bayona, y donde trabaja el que habrá de ser alcalde de Sevilla con la República, don Horacio Hermoso Araújo, un caballero. Todos esos carros están cargando artículos del Instituto Español. Y por la mañana en esta parte es donde montan las carnicerías de la plaza de abastos: la de José Mellado, la de El Charo, la de Simón Loyzaga, la de Máximo... El niño de Máximo, Benito, es un poquito retrasadito, y se sienta siempre ahí en el poyete de la puerta falsa del Instituto y se mete con los que pasan por la calle. Su padre le compró una vez una chiva, y la metió en el patio de la calle Aduana, y se comió las plantas de las macetas. Y una vez que acertó a pasar por aquí uno de esos autos, los automóviles, que están llegando ahora a Sevilla, va Benito, se extraña, le arrea un peñascazo y le rompe un cristal. Y se pone a decir: «Qué joioporculillo... Por poquito le doy...»

«Y mañana te habré de contar cosas de José y Juan, los dos tienen partidarios aquí, y de los picadores, que se visten todos aquí en el barrio...»

 

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