ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC,  16 de noviembre de 2016
                             
 

Votar al diablo

 Pertenece a una especie en extinción, como el buitre leonado o el lince de Doñana. Es funcionario, pero con un geeneroso sentido de servicio al Estado. No es de los que entienden el funcionariado como virtuosismo en los días de asuntos propios, en los moscosos y en el arte de buscarse la baja. Se siente y se ha sentido siempre, incluso tras su jubilación, como un servidor del Estado. Traduzco: como un servidor de España. Sea del signo que fuere el Gobierno en el poder. Es todo un señor. Embajador de España. A la que ha servido en los difíciles momentos de la Transición para ahormar a nuestra Patria en organismos que hasta entonces le eran esquivos, si no adversos, como la Comunidad Europea o la OTAN. Fue embajador de España en naciones que citar no quiero, para que no puedan identificarlo, pues guardo el sigilo de su nombre como agradecimiento a la franqueza con la que me habló desde su hondo conocimiento de la política internacional y de los entresijos de la nacional. Además lo hizo con la precisión y belleza de un lenguaje cervantino que domina, y del que ha dejado hermosas pruebas en preciosos textos llenos de campo, de sierra, de escopeta y de pájaro perdiz, de jara y romero.

Hablábamos, ¿cómo no?, de las elecciones americanas y mi amigo el embajador de España me dijo:

-- Lo que ha ocurrido es un caso impredecible. Y no me refiero a que haya salido elegido Donald Trump, sino a que no conozco un asunto similar donde haya quedado más en evidencia el fracaso de los medios de comunicación como creadores de opinión. Los grandes medios informativos han quedado totalmente desprestigiados con la elección de Trump. No se puede insultar tanto y en tan poco tiempo a una persona que merece todo respeto, pues puede llegar presidente de una gran potencia. A Donald Trump los diarios de todo el mundo le han dicho cuanto, por elemental cortesía, no se le puede llamar a nadie, y menos a un candidato a presidente de los Estados Unidos. Lo han demonizado. Le han llamado payaso, xenófobo, racista. No lo han calificado: lo han insultado. Y aunque fuera el demonio, la gente ha votado al diablo. Esas cosas en política internacional hay cuanto menos que callarlas, por educación. Mira, en mi carrera diplomática tuve ocasión de cenar en dos ocasiones con la señora Clinton, y nunca escribiré lo que me parece como candidata a la presidencia. Como tampoco dije nunca, y te lo confieso ahora a ti, pero, por Dios, no lo vayas a poner en el periódico, que me entrevisté cinco veces con Boris Yeltsin: las cinco estaba completamente borracho. Y de esas cinco, en dos de ellas con tal borrachera que ni podía levantarse de la silla. Habrás visto que nunca he escrito nada de esto. Por el contrario, a Trump nos lo han presentado como un loco mujeriego, un magnate caprichoso e iracundo, una reencarnación de Hitler. Lo han satanizado. Y los votantes no han echado cuenta a estos insultos, porque los grandes medios informativos ya no son creadores de opinión. Tú sabes mejor que nadie cómo lo han presentado esas dos televisiones españolas que tanto citas como nocivas para la concordia nacional. ¿Las redes sociales, dices? Peor todavía. Por mucho que parezca que dominan el mundo, no influyen en la opinión de los votantes: los ataques a Trump en las redes sociales han sido mucho más terribles, de juzgado de guardia, insultos personales de toda laña, y por todo el ancho mundo, no creas que sólo aquí en España. Lo que te comento no es sólo de los periódicos españoles, sino de los grandes diarios internacionales, que sigo teniendo la deformación profesional de leer diariamente. Así que ya lo sabes, Antoñito, dile a tus colegas de los medios informativos mundiales que se apunten un cero en la creación de opinión. Lo que más me preocupa con Trump es que los grandes periódicos ya no son los grandes creadores de opinión. Y las redes sociales, como ves, menos todavía: sólo sirven para convocar antidemocráticas algaradas de perroflautas.

 

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