ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 17 de febrero de 2017
                               
 

Peatón, profesión de riesgo

La Unesco, como saben, es ese organismo internacional manejado, como la misma ONU, por vividores personajillos políticos del Tercer Mundo que allí tienen su acomodo y su mamandurria, al que los pueblos y las ciudades solicitan que les declare cosas como Patrimonio de la Humanidad. Ya lo dije el otro día: si su pueblo de usted no le ha pedido ya a la Unesco que le declare Patrimonio de la Humanidad esas ruinas del tiempo de los moros, o esos cantes que las más viejas del lugar entonan, o una romería, o un algo, ni su pueblo es pueblo ni su pueblo es ná.

La Unesco, que en esta parte tiene mucho de Libro Guinness de los Récords, solía antes declarar, y no sé si lo seguirá haciendo, las profesiones de mayor riesgo. Siempre ponía que la primera era piloto de carreras. Y después, periodista. Periodista de riesgo altísimo: entre otros, el de quedarse parado. Lo de que te partan la cara, como a Don Cecilio de Triana, va por otro lado: eso va por el lado de la valentía y del contramano de la corrección política, bienes escasos que se prodigan bastante poco en el periodismo... y en todos los órdenes de la vida. Aquí no hay quien ose asomar la gaita por encima de la mierda ambiente y la boñiga dominante, para no significarse. Cobardía se llama la figura, y nada te digo cuando son asuntos referentes a la fe católica tradicional de España, en estos tiempos en que se lleva tanto la cristianofobia y nadie se atreve a levantar la voz contra ella, a veces ni la propia jerarquía eclesiástica, muy ocupada en que en Salamanca la gente de las cofradías no se hagan "sevillánicas", que dice Quico Zamora, y manden en andaluz: "¡Tós poriguá, valientes!".

¿Valientes? Para valentía, la de ser peatón en Sevilla. Por eso creo que lo va a declarar así la Unesco, profesión de riesgo. Vas por una que oficialmente es una calle peatonal, como la Avenida, y si no te pilla el tranvía, te arrolla un ciclista, o un patinador, o te "trompiezas" (como se dice a la sevillana, y que se joa el obispo de Salamanca) con las sillas de un velador de los que han prodigado como en aquella cancioncilla del viejo juego infantil: "A atajar la calle/que no pase nadie,/ná más que mi abuelo/haciendo buñuelos". El Ayuntamiento ha puesto en muchos lugares letreros que otorgan la prioridad al peatón ante los coches. Pero no ante los ciclistas, que se suben por las aceras aunque tengan su carril, y te pillan si te descantillas. Los ciclistas ejercen de vehículos o de peatones, según les convenga en cada sitio, y ay, de ti como te atrevas a toserles. El ciclista, como saben, es una especie protegida por el Ayuntamiento y por la progresía. Más que los linces en Doñana.

Esto es visto desde el lado del peatón. Desde el punto de vista del conductor de un automóvil, ahí es cuando, sobre todo al anochecer o ya con la oscuridad encima, se ve que peatón es una profesión de riesgo. No por nada, sino porque el peatón sevillano es el que menos cuenta les echa a los semáforos y los pasos de cebra: no les sirven de nada. Atraviesa por donde quiere. A lo mejor a diez metros de un semáforo o de un paso de cebra. Y si vas al volante de anochecida, como se confunden con el color del asfalto o del adoquinado, has de andar con siete ojos para no llevarte por delante a un osado y casi suicida peatón. ¿Han visto la cantidad de peatones heridos o muertos en atropello en las últimas semanas? Casi todos despreciaban, seguro, los pasos de cebra y los semáforos, y cruzaban, ¡hala!, por donde querían, echándole más valor que Diego Puerta a "Escobero" de Miura. Esa Policía Local tan multona con los conductores debería empezar a poner multas a estos peatones suicidas de la noche sevillana. De lo que se colige que ser peatón en Sevilla es una profesión de alto riesgo, se mire como se mire y desde donde se mire. Como en el viejo anuncio de Yemas El Ecijano, los suicidas peatones "casi tós palman".

 

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